Adriana Hidalgo Editorial. Cuentos en 224 páginas.
Jorges Luis Borges es un manantial inagotable que la industria editorial -para indignación de María Kodama- nunca deja de explotar. En esta oportunidad, el producto es magnífico. Se trata de una recopilación de cuentos de narradores que, de alguna u otra manera, estuvieron vinculados con el mejor de los escritores en lengua castellana.
El volumen es muy recomendable por tres razones. En primer lugar, rescata del olvido a ciertos argentinos talentosos que merecen un espacio -por mínimo que sea- en el acerbo nacional. En segundo lugar, los compiladores engarzaron una esclarecedora presentación de cada autor. Y finalmente, porque el lector encontrará aquí relatos que son verdaderas joyas.
Casi todos los textos pertenecen o bordean el género fantástico en el formato de imaginación razonada que tanto agradaba a Borges. En Yzur, Leopoldo Lugones conjetura sobre las causas de que los monos no puedan hablar. José Bianco se pregunta si a la distancia y sin proponérselo una persona puede influir hasta la muerte en un desconocido. Luisa Mercedes Levinson y nos conducen hasta el territorio aventurado de los sueños. Los donguis de H. A. MurenaJ. R. Wilcock son unos gusanos inmundos que sucederán al hombre. Los límites entre ficción y realidad resultan borrosos en Después de Oncativo de Angel Bonomini; La noche repetida de Manuel Peyrou; y Paulina de Bioy Casares. Santiago Davobe imagina a un postrado que se va transformando en planta; mientras que Alfredo Pippig descubre detrás de los cuadros un universo paralelo.
Algo más tienen en común los deliciosos textos: la ambición de sus autores por desentrañar el mundo, la condición humana, el tiempo. Se ha perdido en nuestra literatura, por desgracia, esa admirable avidez.
Guillermo Belcore
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