Emecé. Ensayos y autoficción, 205 páginas. Edición 2008.
La República de las Letras ha entronizado al señor Daniel Link como intelectual modélico, decidor de verdades, creador genial. Al comentario artístico pertenecen sus mejores obras, aunque no es una escritura fácil. Este volumen, que consta de quince relatos desparejos, no permite concluir si se trata o no de un caso de canonización prematura.
Lo que resulta evidente es la decisión del profesor Link de abrevar en las modas actuales. Cultiva, por ejemplo, el exhibicionismo desaforado. Nos enteramos que aprendió a simular orgasmos, su padre era alcohólico y de niño fue pobre, enfermizo y envidioso al punto de robarle a su mejor amigo. A tono con los tiempos, practica el pastiche posmoderno, la banalidad funcional y milita en la nueva izquierda, una suerte de marxismo tibio, reciclado con cucharadas de Foucault y Tony Negri. A favor, debe destacarse que aquí el estilo es, a menudo, perfecto. Hay espléndidos objetos verbales, lo que nunca es poco. ``No hay otro bien, que el bien decir'', enseñaba Lacan.
El problema es que, excepto por tres inéditos, estamos ante una mera recopilación de artículos publicados en diarios, revistas y en el excelente blog del autor. O sea, lo que nació para ser efímero se resiste a morir. El lector encontrará recuerdos de la infancia cordobesa y de la mudanza de Link a la Berlín unificada, una deliciosa biografía de Philip Marlowe, la epístola de una inundada, una pseudohistoria de ciencia ficción con un diálogo interminable. Más allá describe un suceso supersticioso en un caserío de Catamarca. La obsesión por dar cátedra le resta fuerza. Quizás el texto que justifica el todo sea Parpadeos. Es el diario de un holgazán que ha perdido a su enamorada. Demuestra que la escritura desesperada por ser vanguardia también puede cautivar.
Guillermo Belcore
PD: ¿Todas las experiencias personales merecen ser convertidas en literatura? ¿Qué es, por Dios, una vida interesante? Link no es Benjamín, me cuesta mucho recomendar este libro.
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