martes, 9 de septiembre de 2008

Un lugar llamado nada

Amy Tan­
Planeta. Novela. Edición de bolsillo, 2008. Precio aproximado: 40 pesos.

La señora Amy Tan (Oakland-1952) es la más exitosa representante de la llamada literatura asiaticoamericana. Vendió millones de ejemplares en 37 idiomas. En una groserísima simplificación podría compararse con Isabel Allende; de su producción puede decirse algunas cosas buenas y un montón de cosas malas.

Esta obra emula un procedimiento de Los cuentos de Canterbury: un espectro oficia de anfitrión. La narradora es la coleccionista de arte Bibi Chan, muerta en circunstancias extrañas. En los cuarenta y nueve días previos a la transmigración de su alma, asiste en calidad de fantasma a su propio funeral y acompaña a doce amigos a un tour por Oriente, “siguiendo los pasos de Buda”. En la antigua Birmania, el grupo es secuestrado por una tribu renegada que confunde con un dios reencarnado a un muchacho que hace ilusionismo con barajas.

La novela aspira a ser cómica y a satirizar al estadounidense promedio, mimado por la fortuna, en especial al bienintencionado turista que se desespera por hallar “una experiencia auténtica”. Hay páginas francamente desopilantes, pero también una turbamulta de chistes malos. Amy Tan tiene una desagradable propensión al detalle escatológico y abusa de un truco decrépito de la industria cultural: hacerle creer al lector que está aprendiendo algo valioso. Apúntense a favor, tres o cuatro personajes muy bien tallados, el exotismo, la manipulación del suspenso, la ambición literaria.

Voltaire aseguraba que el secreto para ser aburrido consiste en decirlo todo. Amy Tan incurre en este vicio. Para que nadie dude sobre sus buenas intenciones, abre el libro con una parábola y una cita de Camus que deberían iluminar al público de la era Bush: “la buena voluntad, si no la ilumina el conocimiento, puede causar tantos estragos como la maldad”.

Guillermo Belcore­

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Publicada en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa­

Calificación: Regular­

PD: Si me apuran , digo “regularón para abajo”. Me acompañó hasta el final un regusto desagradable a literatura de supermercado.

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