Editorial Tusquets. Novela de 248 páginas. Ediciòn 2008.
Decía Lovecraft que amaba la noche porque bajo el influjo de la luna aparecen esas criaturas que, por alguna razón, nunca pueden salir de día. Este libro, como si fuese una cámara inquieta, explora la nocturnidad de Tokio. Marca el paso del tiempo un relojito dibujado al comienzo de cada capítulo. Las descripciones son vívidas y las metáforas exquisitas. Hay briznas de realismo mágico. La prosa seduce (aunque la traducción es horrible) y está llena de presentimientos y hondos significados. Haruki Murakami, en todo su esplendor.
El nudo del libro es la relación tortuosa entre las hermanas Mari y Eri Asai. Encontramos a la primera en un bar anodino, absorta en la lectura. Sólo quiere estar en un sitio que no sea su casa. Hasta el amanecer. La segunda chica es una modelo inquietante, pero todo medicamentos, horóscopos y dietas. La vemos sumida en un sueño de terrorífica densidad. La bella durmiente.
Takahashi, un muchacho consagrado al jazz y a sus pensamientos, traba ligazón con Mari. Asoma un romance. La trama se bifurca hacia un oficinista gris que sufre la compulsión de golpear y dejar sin ropas a las prostitutas chinas. La mafia busca vengarse. El tiempo fluye distinto tras la medianoche. El título alude a una pieza musical de Curtis Fuller; pero la novela le debe, quizás, un par de cosas a Después de hora, sublime filme de Martin Scorcese.
El único factor que rebaja la obra es el afán de Murakami por dar mensaje. Bascula entre la lucidez y la sabiduría de pacotilla propia de los libros de autoayuda. Se leen fruslerías como “los buenos recuerdos son el combustible que te permite seguir viviendo”. Uno se siente, por esta vez, inclinado a perdonarlo. Tres hadas (magia, ternura y belleza) arropan el conjunto.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
PD: No es el mejor libro de Murakami, pero es imperdible para quien adore al genial japonés. Yo soy uno de sus entusiastas seguidores.
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