Tusquets Editores. Novela 384 páginas. Precio aproximado: 45 pesos.
El lector argentino no puede ignorar al académico Gonzalo Celorio (México, 1948). Tres lindas cubanas testimonia su inteligencia como narrador y ensayista. El desengaño visceral pero meditado con la Revolución Cubana gatilló estas páginas inspiradas en un mandato de Alejo Carpentier: “Toda gran novela empieza por hacer exclamar a sus lectores: ¡Pero esto no es una novela!”. Carlos Fuentes, nada menos, ha sentenciado que es la autobiografía que le hubiera gustado escribir.
Con prosa elegante, Celorio trabaja en dos planos que dialogan. La saga familiar (su madre y sus dos tías son cubanas) se alterna con sus sucesivos viajes a La Habana desde 1974, cuando por primera vez pisa con toda candidez “el primer territorio libre de América latina''. La ilusión se fue deshilachando visita tras visita, cuando constata las penurias y las vilezas que Fidel Castro le inflige no sólo a los suyos sino también al adorado José Lezama Lima y al pueblo en general.
En el fondo, el libro es una ofrenda de amor a la Cuba profunda, aherrojada por un sistema cuartelero con funcionarios de miradas torvas que le sienta como una montura a una vaca, tal como decía Stalin del comunismo en Polonia. Es la Cuba de los literatos gloriosos, caso Carpentier o el atormentado Reinaldo Arenas. Es la isla tropical con sus mujeres de magníficos caderámenes y su naturaleza igual de pródiga, con sus sones y sus rones, con su pueblo irreverente, gritón, entrometido, escandaloso, solidario y gozoso como una rumba.
La toma de partido nunca lesiona la eficacia narrativa. Los saltos temporales y la sucesión de voces narrativas resultan muy agradables. A modo de antídoto, a quien conserve alguna simpatía por el Mussolini caribeño le sugerimos, pues, sumergirse en esta espléndida novela.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultural del diario La Prensa.
PD: He leído por ahí una reseña que enrostra a Celorio ser demasiado amable con el castrismo. Discrepo. Creo que su visión es muy equilibrada, pues intenta siempre comprender el fenómeno histórico, político y cultural. Nunca descalifica en bloque. Además, permite al otro que exprese sus argumentos.
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