José Bianco
Emecé. Dos novelas en 189 páginas.
Borges escribió en los años cuarenta: “Las ratas es uno de los pocos libros argentinos que recuerdan que hay un lector, un hombre silencioso cuya atención conviene retener, cuyas previsiones hay que frustrar, delicadamente, cuyas reacciones hay que gobernar y que presentir, cuya amistad es necesaria, cuya complicidad es preciosa”.
La sentencia, aunque escrita por un amigo, hace justicia a una de las obras sublimes de nuestra literatura. Por fortuna, el sello Emecé la reimprimió en 2005 junto a su hermana gemela, la otra gran novela corta de José Bianco (foto): Sombras suele vestir. Ambas no han sido divulgadas como se merecen, acaso por la pudorosa personalidad de quien por 23 años fue el verdadero alma mater de la revista Sur (Bioy Casares dixit).
El primer relato gira en torno a una muerte misteriosa. Empero, definirla como la historia de un crimen sería empobrecerla. Es también novela de ideas, costumbrista y de indagación psicológica. Sombras, en cambio, es una de esas tramas que es y no es fantástica; que admite dos interpretaciones, una racional y otra sobrenatural, explica el propio autor en un prólogo que data de 1985. La imaginería de Bianco ha sido asociada a la Henry James, acaso por haberlo traducido por primera vez al español. Pero en este caso se trata de afinidades, en lugar de influencias, pues cuando engendró las dos obras no había leído aún al estadounidense, aclara en las magníficas páginas en bastardilla que abren el volumen.
Cerremos la reseña con otra definición borgeana: “como el cristal o como el aire el estilo de Bianco es invisible. Las palabras aunque armoniosas no se interponen entre el autor y los lectores. Este es un modo de afirmar que su estilo es clásico”.
Guillermo Belcore
CALIFICACION: Muy bueno
PD: Este libro magnífico ya está en las mesas de saldos de la Argentina. ¿Cómo puedo hacer para que entiendas que no debes perdértelo?
1 comentario:
Creo adivinar que para esta reseña de "Las Ratas" de José Bianco y de su prólogo de Jorge Luis Borges, Guillermo B. ha tomado como modelo ese cuento llamado "Examen de la obra de Herbert Quain", también de Borges.
En ese cuento se menciona una novela policial a cuya resolución la sucede una enigmática frase que "deja entender que la resolución (del crimen) es errónea. El lector, inquieto, revisa y descubre otra solución, que es la verdadera".
Análogamente, Guillermo B. afirma que la novela de Bianco es una "obra sublime de nuestra literatura"; luego finge contradecirse y la califica solo como "muy buena"; luego agrega una postdata que finge corregir la contradicción anterior: "Este libro magnífico... ¿Cómo puedo hacer para que entiendas que no debes perdértelo?"; para terminar definitivamente con la montaña rusa adjetival en su sección "Recomendados 2008; autores argentinos", donde verificamos lo obvio: el libro no aparece recomendado.
El juicio es claro: la novela no es sublime, no es magnífica, uno puede pasarlo por alto.
¿Es "Las Ratas" una novela al menos "muy buena"? No. Es del montón y Guillermo B. lo escribe claramente para quien quiera verlo.
Primero, descartemos lo obvio: que Guillermo B. haya querido mostrárse confundido. De ser así, Guillermo B. hubiera citado el libro y no el prólogo.
Por ejemplo, podría habernos recordado su declarada ecuanimidad y afirmar que en esta reseña lleva "su independencia de criterio al extremo de no compartir, en el fondo, sus propias opiniones" (Las Ratas; cap. II).
O burlarse de la disparidad de sus colegas que manifiestan "ese fervor que ponen las personas cuando explican asuntos que apenas comprenden" (Las Ratas; cap. VI).
En cambio, Guillermo B. cita el prólogo de Borges. De este modo, sus elogios han de leerse como los de aquel, "regidos por una continua ironía, que puede confundirse con la inocencia" (Las Ratas; prólogo).
¿Qué nos dice el extracto del prólogo que Guillermo B., ahora parafraseando a Pierre Menard, reescribe? En ese extracto, Borges (Guillermo B.) utiliza una metonimia tautológica: "la novela recuerda que hay un lector". Con la suavidad que le da el tropo, pasa a tomar como sujeto al lector, (no a la novela, menos aun a esta novela), y pasa al modo imperativo para exhortar al cumplimiento de la manipulación de las emociones del lector.
¿Se advierte que son dos frases distintas, aunque no medie entre ellas un punto, sino otro signo?
Guillermo B. es tal vez el primero en hacérnoslo notar. Como la carta robada de Poe, pone su descubrimiento delante de nuestras narices, pero sin la jactancia de aquel Dupin.
En efecto, si Guillermo B. (y su predecesor Borges) hubiera querido elogiar la novela habría escrito: "la novela cumple ciertos mandatos" y pasaría a enumerarlos.
En cambio, Guillermo B. (y su predecesor Borges) escribe algo como: "Esta novela nos recuerda que conviene cumplir ciertos mandatos, (que la novela incumple)".
Advertidos por el irónico Guillermo B. de la larga ironía de Borges que es su prólogo, éste cobra sentido.
Por ejemplo, Borges revela la solución al enigma policial de la novela; solución que Bianco se empecinó en postergar hasta la última línea de su novela. Borges ningunea esta decisión: la novela "no ha sido elaborada para obtener una módica sorpresa final". Desdeñando el "ingenioso argumento" declara lapidario: "Todo, en Las Ratas, ha sido trabajado en función del múltiple argumento", señalando así su limitación más notoria.
También se vuelve comprensible la comodidad de Borges en la enumeración de defectos que la novela evita y la incomodidad para enumerar sus virtudes. Cuando Borges evita los circunloquos, tres parcos adjetivos le bastan: novela "premeditada, interesante, legible".
A su turno, Guillermo B. replica el cabalístico número: solo hay tres frases referidas a la novela y no a otras circunstancias:
1. La novela gira en torno a un crimen.
2. La novela no es solo la de un crimen.
3. La novela es también de ideas, de costumbres, de indagación psicológica.
¿Bianco a la altura de Dostoievski?
¿Estamos frente al sublime cum laude de la literatura? La ironía de Guilermo B. es evidente: en su enumeración temática la adjetivación es astutamente evitada. Esta se reserva para la desorientación del lector superficial, así como Newton utilizaba matemática compleja para evitar el asedio de aficionados.
Pero ¿por qué Guillermo B. recae en esa "admirable dificultad" de "voluntaria ambigüedad", para usar términos del prólogo? Porque la ambigüedad puede ser una riqueza, diría Borges. Un admirador de su obra nos invita a resignificar el engañoso sinsentido que el sentido común advierte, invitándonos a la busca de múltiples relecturas de sus numerosas lecturas.
Conozco de muy poco a Guillermo B., de una reciente cena armenia. Pero no me sorprendería que mostrara similar vivacidad polémica a la de su admirado Doctor Johnson, quien, según sus contemporáneos, "no solo cambiaba de opinión según mejor contrariaba a su interlocutor, sino que cierta vez volvió a cambiarla cuando su oponente había terminado de darle la razón".
Muy atte.
Aleajacta
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