Por Arthur Conan Doyle
Claridad. Cuentos, 123 páginas
Esta rara gema, rescatada del olvido, demuestra una cosa. Limitar a Arthur Conan Doyle (Edimburgo 1859-1930) a las desparejas y cándidas aventuras de Sherlock Holmes es una tremenda injusticia. Se trata de un narrador de fuste. No se menoscaba la verdad si se afirma que, en sus mejores momentos, alcanza como cuentista la altura de un Kipling o un Wells.
El volumen fue editado por primera vez en 1922. Es el fruto de un talento maduro. Enhebra seis relatos, cuatro referidos al noble oficio de los puños y dos a la cruel cacería de zorros. El estilo no carece de aquella virtud que tanto admiramos en los escritores ingleses: la perfecta adecuación entre el pensamiento y la expresión; es decir, la sobriedad. Hay una agradable sensación de suspenso.
Resulta seductor también el encanto de época. Conan Doyle reacciona ante el dandismo y la frivolidad. Sobre la base de una suerte de amor platónico al proletariado -lo califica de ``verdadero prototipo de su raza''- reivindica las virtudes del coraje y la resistencia que se expresan en el pugilato. Al fin de cuentas -concluye- la brutalidad es preferible al amaneramiento.
Desfilan pues Hércules de rostros inexorables como el destino, Apolos juveniles, puños como pedernales, temperamentos que no piden ni otorgan clemencia. Hay un húsar francés que burla a los valientes de Wellington, un combate infernal entre rudos mineros, un gran señor tumbado como un buey y su esposa aplaudiendo entre los arbustos. El primer texto trae un mensaje actual: el deporte -cavila el autor- hace un poco más placenteras las vidas duras, monótonas y desesperanzadas al generar experiencias extraordinarias. Más respeto, caballeros, cuando se juzga al fútbol o al boxeo.
Guillermo Belcore
CALIFICACIÓN: Muy Bueno
Claridad. Cuentos, 123 páginas
Esta rara gema, rescatada del olvido, demuestra una cosa. Limitar a Arthur Conan Doyle (Edimburgo 1859-1930) a las desparejas y cándidas aventuras de Sherlock Holmes es una tremenda injusticia. Se trata de un narrador de fuste. No se menoscaba la verdad si se afirma que, en sus mejores momentos, alcanza como cuentista la altura de un Kipling o un Wells.
El volumen fue editado por primera vez en 1922. Es el fruto de un talento maduro. Enhebra seis relatos, cuatro referidos al noble oficio de los puños y dos a la cruel cacería de zorros. El estilo no carece de aquella virtud que tanto admiramos en los escritores ingleses: la perfecta adecuación entre el pensamiento y la expresión; es decir, la sobriedad. Hay una agradable sensación de suspenso.
Resulta seductor también el encanto de época. Conan Doyle reacciona ante el dandismo y la frivolidad. Sobre la base de una suerte de amor platónico al proletariado -lo califica de ``verdadero prototipo de su raza''- reivindica las virtudes del coraje y la resistencia que se expresan en el pugilato. Al fin de cuentas -concluye- la brutalidad es preferible al amaneramiento.
Desfilan pues Hércules de rostros inexorables como el destino, Apolos juveniles, puños como pedernales, temperamentos que no piden ni otorgan clemencia. Hay un húsar francés que burla a los valientes de Wellington, un combate infernal entre rudos mineros, un gran señor tumbado como un buey y su esposa aplaudiendo entre los arbustos. El primer texto trae un mensaje actual: el deporte -cavila el autor- hace un poco más placenteras las vidas duras, monótonas y desesperanzadas al generar experiencias extraordinarias. Más respeto, caballeros, cuando se juzga al fútbol o al boxeo.
Guillermo Belcore
CALIFICACIÓN: Muy Bueno
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