miércoles, 17 de abril de 2024

Las ucronías de Rosendo Fraga

 


“Aun el más pesimista (o ultraliberal) de los historiadores debería reconocer que uno de los hechos más trascendentes y auspiciosos del último cuarto siglo ha sido la creación del Mercosur. El Tratado de Asunción de 1991 puso fin formalmente a las hipótesis bélicas de la mitad de Sudamérica, y eso no es poca cosa, si se recuerdan las terribles guerras del pasado. Insisto: que dos naciones de habla portuguesa y cinco hispanoparlantes hayan acordado la integración es, sin duda, una de las mejores cosas que nos pasó en el tumultuoso siglo XX. Y desde entonces se avanzó muchísimo. Es verdad que todavía no se ha logrado la adhesión plena de Buenos Aires, por culpa básicamente de su tradición librecambista y del paraíso fiscal y financiero que funciona en la city porteña, pero el Mercosur es un actor mundial cada vez más relevante gracias a la poderosa industria paraguaya, cordobesa y paulista, y a la exportación de materias primas desde el Uruguay, el Alto Perú, la República Gaúcha y la República Federativa del Brasil. Chile, por cierto, ha sido uno de los países más beneficiados con el Mercosur. En primer lugar, ha logrado resolver casi de un plumazo los conflictos limítrofes con el diminuto pero pendenciero Buenos Aires y así desmilitarizó sus cuatro provincias de Cuyo. Pero lo que es más importante, el Palacio de La Moneda ha dejado de estar sólo en su sempiterna rivalidad con el Chubut de habla inglesa. Acaso, y esta es una opinión estrictamente personal, no está lejos el día en que los chilenos puedan recuperar sus tierras irredentas, injustamente rapiñadas por el imperialismo británico: Santa Cruz y Tierra del Fuego. Así sea”.


 LA HIPOTESIS

La ucronía del primer párrafo bien pudo ser parte de la realidad. ¿Cómo? Si la corona española no hubiese creado en 1776 -ayer nomás- el Virreinato del Río de la Plata, una brillante decisión política y estratégica, pero una opción entre tantas. Si Carlos III no establecía alrededor de Buenos Aires un núcleo político-militar, de Córdoba para arriba todo podría ser parte de una nación con el centro en el Alto Perú (una Bolivia ampliada y con salida al Pacífico, seguramente); nuestra Mesopotamia se repartiría entre Uruguay y un Paraguay poderoso que llegaría desde, digamos, la mitad norte de Santa Fe hasta el Mato Grosso brasileño (habría derrotado al Imperio de Pedro en alguna guerra del siglo XIX). Mendoza, San Juan y San Luis (acaso también La Rioja o Neuquén) seguirían bajo la órbita chilena. La Patagonia se la repartirían Chile y los ingleses. Buenos Aires puede que en algún momento haya cristalizado como república independiente, pero merced al respaldo de Londres. Otro “algodón entre cristales”, en palabras del intrigante Lord Posomby. Es decir, sin Virreinato del Río de la Plata no hubiera habido una República Argentina, tal como la conocemos hoy. Así de frágiles y aleatorias son las naciones del planeta.

El autor de esta hipótesis fascinante es el abogado, periodista, analista político y historiador Rosendo Fraga. Hace unos años escribió un libro extraordinario: ‘¿Qué hubiera pasado si…?’ (Vergara. Edición 2008. Ensayo de historia, 377 páginas).

Elaboró nada menos que historia nacional contrafáctica, un juego intelectual rarísimo en español pero bastante común en la anglósfera, acaso porque los eruditos estadounidenses e ingleses creen en serio en el papel de la libertad (y del azar) en los asuntos humanos.

Rosendo plantea, pues, en su obra quince contrafactuales y desde allí despliega su imaginación, casi siempre sensata y convincente.

Doy otro ejemplo: ¿Qué hubiera pasado si Rosas hubiese triunfado en la batalla de Caseros? El autor desmenuza las condiciones políticas, sociales y militares en 1952, se pregunta si la derrota de El Restaurador era inexorable, se contesta que no y detalla las razones. Finalmente describe lo que pudo ser: si en ese punto de inflexión la taba caía de otra manera la Argentina sería diferente. Acaso hoy no tendríamos a Entre Ríos y Corrientes.

En el plano de las ideas, digamos que Don Rosendo es emersoniano: cree en el papel decisivo de las grandes personalidades (Pedro de Cevallos, José de San Martín, el general Roca, entre otros). Sostiene que la Historia se asemeja a un juego de dados, especialmente en lo que atañe a las batallas y los golpes militares. Arriba a un puñado de conclusiones asombrosas: verbigracia, si al general Paz no le boleaban el caballo en El Tío la Argentina se hubiese ahorrado veinte años de desorganización nacional. Sostiene más adelante que la Argentina pudo haberse ahorrado fácilmente la experiencia del peronismo. E incluso conjetura que Gran Bretaña habría devuelto las Malvinas a la Argentina en la década del noventa si no el régimen militar hubiese recuperado fugazmente las islas en 1982.

En síntesis, un ensayo de agradable y amena lectura, imprescindible para el interesado en la historia argentina, de lectura obligada para las personas con responsabilidades políticas. ¡Ah!, y un pequeño secreto: se consigue en las mesas de saldos de la calle Corrientes. Maravillosa Buenos Aires.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


domingo, 14 de abril de 2024

Zona de interés

 


Dirección: Jonathan Glazer. Guion: J. Glazer, Martin Amis. Fotografía: Łukasz Żal. Música: Mica Levi (Micachu). Actores: Christian Friedel, Sandra Hüller, Imogen Kogge, Max Beck, Ralph Herforth, Sascha Maaz, Marie Rosa Tietjen. Duración: 106 minutos. Disponible en Amazon Prime.


Impresionada por las insignificancia intelectual y física de Adolf Eichmann, quien en los años sesenta, por fin, se sentó en el banquillo de los acusados, la filósofa Hannah Arendt desarrolló el concepto de banalidad del mal. Los carniceros del hitlerismo -al menos la mayoría de ellos- no fueron impresionantes bestias rubias, el Zarathustra de Nietzsche. Eran hombrecillos comunes y corrientes que perpetraron uno de los peores crímenes masivos en la historia de la humanidad como quien resuelve un problema de gestión en su lugar de trabajo. Esta idea -la del burócrata genocida de 8 a 5 de la tarde- inspira la magnífica obra que consiguió este año los Oscar a la Mejor película extranjera y al Mejor sonido.

Zona de interés -coproducción de Estados Unidos, Inglaterra y Polonia pero hablada en alemán, el idioma del mal- ya se encuentra en el servicio de streaming de Amazon Prime Video.

El director inglés Jonathan Glazer adaptó desde ángulos inesperados -como corresponde- la novela de su compatriota Martín Amis (publicada en 2014), a quien la muerte sorprendió poco antes de la consagración de la cinta.
Narró un fragmento de la vida de Rudolf Hoss (Christian Friedel), el comandante en jefe del complejo de trabajo y exterminio Auschwitz/Birkenau, en el sur de Polonia, justamente aludido por los nazis con el eufemismo “zona de interés”.

El planteo de Glazer es absolutamente original. En primer lugar, si bien transcurre durante la Segunda Guerra Mundial, no hay una sola escena de violencia explícita, con la excepción de un par de gritos y una siniestra amenaza de Madam Hoss a una criada polaca, y del aterrador ruido de fondo que escapa desde el campo.

El lugar principal de la acción es la casona rural donde el teniente coronel, educado en la tradición católica en Baden-Baden, vive con su esposa y sus cinco hijos, al otro lado de la calle que bordea a Auschwitz. La cámara, que siempre mantiene una prudente distancia del atroz personaje, nunca cruza los muros del campo, aunque muestra las columnas de humo de diferentes colores que vomitaban aquellos malditos hornos.

Vemos al SS Hoss, amoroso con su familia y su caballo, apagando las luces de la casa, disfrutando un picnic junto al río Sola, resolviendo problemas técnicos de su trabajo con un estremecedor lenguaje administrativo, cuestionado por su esposa al enterarse de su traslado a Berlín en 1943 ("son cuestiones políticas", se defiende).


ORIGINALIDAD

Demuestra, pues, el distinguido Glazer dos cosas. Primero, que con lo prosaico también puede hacerse arte, aunque sea oscuro. Segundo, que aún hoy pueden transmitirse contenidos frescos y convincentes sobre el Holocausto al fatigado y cínico público del siglo XXI.

Hay que destacar que la película también se atreve a experimentar con la estética. Ya dijimos que renuncia al primer plano; además vemos singulares escenas en blanco y negro (tipo negativo de una foto), en las que una valerosa muchacha esconde manzanas en los campos para que las encuentren los desdichados prisioneros que trabajan hasta la muerte. 

Asimismo, la premiada música de Mica Levi (Micachu), con sus juegos de disonancias y sus ruidos raros, contribuye eficazmente al clima de horror frío, sin alardes ni desahogos sentimentales.

Otro de los puntos altos de la cinta es la poderosa actuación de Sandra Hüller como Hedwig Hensel Hoss, una mujer alemana del montón con sus fórmulas estereotipadas, "completamente incapaz de distinguir el bien del mal", como destacaba Arendt de Eichmann. Las actitudes de la ama de casa demuestran que la rapiña fue otra de las motivaciones de los asesinos nazis. Otra conclusión que podemos extraer es que nadie era inmune al horror, ni siquiera los hijos y la suegra vagamente antisemita del Señor de la Muerte.


EL FINAL

El 11 de marzo 1946 policías británicos detuvieron a Hoss en Alemania occidental. Estaba camuflado de jardinero. Su mujer -bajo amenazas de ser deportada a Siberia con sus hijos- lo había entregado. En los interrogatorios de Nüremberg, el Obersturmbannführer no dio la menor muestra de remordimiento y compasión. Se tenía a sí mismo como un funcionario probo y aplicado cuyo trabajo había sido nada menos que el exterminio masivo de toda una población. Incluso para justificarse en el juicio en Polonia se comparó con el piloto de un bombardero al que se le hubiera ordenado atacar una ciudad a la que él sabía habitada por mujeres y niños.

Ante historias como éstas queda siempre flotando la pregunta: ¿Cómo pueden existir semejantes seres humanos? La película nos ofrece una respuesta: era un psicópata. Al final, en una fiesta con la élite del régimen nazi, Hoss calculaba cómo gasear a todos los presentes.

Guillermo Belcore


Calificación: Excelente

jueves, 11 de abril de 2024

¡Noticia bomba!


El periodismo en todo el mundo está en horas bajas.
En Estados Unidos, el faro de la libertad de prensa, se han perdido en los últimos diez años más de un tercio de todos los puestos de trabajo. En la Argentina, tan degradada después de décadas de régimen populista hegemónico, el 2024 parece ser el año de la destrucción de miles empleos en la profesión, aquéllos que se sostenían artificialmente con los aportes del Estado. La cuestión de fondo es que cada vez menos ciudadanos están dispuestos a pagar por material informativo, incluso de calidad. Se asocia Internet con el sacrosanto derecho a la gratuidad de los contenidos que cuestan mucho dinero producir. Somos de la opinión que esta insensatez se terminará pagando caro con el tiempo, en términos políticos, sociales y culturales.

Por eso, puede ser que no resulte oportuno que esta columna recomiende la lectura de, acaso, la sátira más despiadada que se haya escrito en Occidente sobre la profesión periodística en general. y sobre los grandes diarios en particular. ¡Pero es que es tan divertida! Hay pasajes que se leen a mandíbula batiente. ¡Y además está tan bien escrita! Concluimos que es la evasión ideal para escaparse por un rato del doloroso presente.

Hablamos de ¡Noticia bomba! (Anagrama, 260 páginas), entregada a la imprenta en 1937 por la daga más filosa de la literatura inglesa de enteguerras, el genial Evelyn Waugh, uno de nuestros escritores favoritos (1). En el prólogo de 1963, explica que quiso dinamitar la la inmerecida fama que habían acumulado los corresponsales extranjeros en los años treinta y que para ello narró una historia ficticia pero basada en su experiencia personal en el campo de operaciones. El libro combina agilmente la invasión fascista a Etiopía con la guerra civil en España.

Se trata de una desopilante comedia de enredos. Mrs Stich, influyente esposa de un ministro de Su Majestad, le pide a Lord Cooper, magnate de la prensa, que contrate a su amigo, el escritor mediocre John Boot, para cubrir una revuelta en Ismalía (Abisinia, en la vida real), que involucra a las grandes potencias.

El poderoso empresario da las órdenes correspondientes, pero el subdirector y el jefe de la sección Internacionales de su diario, el Beast, se confunden y terminan mandando a la zona de guerra a William Boot, el opaco autor de la columna Exuberancia que se ocupa de la fauna de la campiña inglesa. William heredó la columna y le pagan una guinea por entrega. Hace lo que puede, el chico.

Nuestro héroe es un joven célibe, quintaesencia de una aristocracia rural en estado de putrefacción avanzada. Teme ser despedido del Beast pues en su última columna su hermana le gastó una broma. El texto versaba sobre las costumbres del tejón (Meles meles), pero allí donde mencionaba al mustélido la maldita entrometida reemplazó esa palabra por "somormujo cuellirojo". Llamado a Londres, imagínense su sorpresa cuando, entre loas, palmadas en la espalda y amenazas, lo reclutan como corresponsal de guerra. La voluntad del vizconde Cooper nadie la discute.

Las peripecias de William en África, su consagración insólita como periodista estrella, la adoración que le tributa una Inglaterra cándida a su regreso redondean una obra maestra del subgénero de la sátira literaria. Es increíble (y una muestra del carácter de la democracia británica) que una una novela tan burbujeante como ésta se haya publicado mientras el mundo se abismaba hacia una hecatombe sin precedentes.

Dijimos que se trata de una sublime lectura de evasión. Sí. Pero hay un sonsonete del tío Theodore Boot, un verdadero pillo, que queda resonando en nuestras conciencias de argentinos: 

"No veo a mi alrededor más que transformación y decadencia".

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno





martes, 2 de abril de 2024

Los elementales


Es muy difícil encontrar una buena novela de terror, casi tan difícil como hallar a un líder piquetero al que le guste trabajar. Pero las hay. Por eso, no merece sino un fuerte aplauso la decisión del sello La Bestia Equilatera de rescatar un texto de Estados Unidos entregado a la imprenta por primera vez en 1981. Hoy, nos dice la promoción editorial, se ha convertido en una novela de culto.

Hablamos de Los elementales (315 páginas, edición 2018), obra maestra de Michael McDowell, uno de esos borrosos literatos que, aunque no no han dejado una obra importante, supieron ganarse la admiración de sus colegas.

En el prólogo, Mariana Enríquez señala tres elementos interesantes de la biografía del autor: fue guionista de dos películas de Tim Burton, fue amigo y colaborador de Stephen King y coleccionaba memorabilia mortuoria.

Había nacido en 1950 en Enterprise, sudeste de Alabama, y se graduó con honores en Harvard con especialización en inglés. Recibió su doctorado en la Universidad de Brandeis en 1978. Su disertación se titulaba “Actitudes estadounidenses hacia la muerte, 1825-1865”. Compuso más de treinta novelas (con su nombre y varios seudónimos), en varios géneros, pero su nicho de mayor éxito fue el terror. Llegó a ese terreno neblinoso por frustración; sus libros serios no se vendían, nos informa la Encyclopedia de Alabama. Se ganó el pan también con la docencia y escribiendo guiones En 1999, se lo llevó el sida.

La tierra natal de McDowell juega un papel crucial en Los elementales. En efecto, la naturaleza, la cultura y las tradiciones de ese estado meridional de la Unión —tan raro y tan cruel con su minoría afroamericana— es una presencia inquietante en la trama, como los espectros.

Digámoslo de una buena vez, he aquí una novela de fantasmas que explota con elegancia e imaginación razonada uno de los más famosos tópicos del género: la casa embrujada. La señora Enríquez sostiene que esta fábula de horror tiene todos los detalles escenográficos del gótico sureño: las familias extendidas y excéntricas, las mansiones victorianas, los secretos, la empleada negra con poderes psíquicos, los fantasmas como maldición, la crueldad subyacente. Fascinante.

EN LA COSTA


Alabama cuenta con solo 85 kilómetros de costa. A dos horas de distancia del puerto de Mobile, se encuentra una franja de tierra conocida como Beldame, donde veranean dos familias tradicionales y opulentas del sur del Estado: los McCray y los Savage. Cuando sube la marea, queda aislada de la península. El vecino más cercano se encuentra a más de dos leguas de distancia

A primera vista, Beldame es un edén que se parece al otro, al paraíso celestial, en que es "luminoso, remoto, atemporal y vacío". A primera vista, dijimos. Tres mansiones victorianas se yerguen al borde de las playas ardientes. La tercera no se usa; está media cubierta por las dunas y en su interior hay una presencia sobrenatural: los elementales. Usted ya sabe cómo es esto. Simplemente hay algunas casas que no conviene visitar, tienen algo adentro... algo que es muy malo.

Después del estremecedor funeral de la matriarca Marian Savage ("la perra más pérfida que pisó alguna vez Mobile"), seis personas esperan pasar un verano reparador en Beldame. Viajan a la costa del Golfo de México el bueno de Dauphin Savage y su esposa Leig McCray, y la madre de ésta, Big Bárbara, uno de los grandes personajes del libro. Es una de esas alcohólicas, a las que una ambulancia suelen rescatar de un bar. También son de la partida el hermano de Leigh, el pecaminoso Luker, y su hija India de trece años, quien actúa como adulto. Ambos vienen de Nueva York. Completa el grupo, Odessa Red, la empleada negra de la familia Savage a la vieja usanza, la única que sabe tratar con esas presencias sobrenaturales que "son sólo engaños y maldad". Odessa e India serán los catalizadores de la pesadilla.

Las vacaciones, naturalmente, terminan para el demonio. Hay abundante efusión de sangre y una segunda línea maligna. Lawton McCray, el ex esposo de Bárbara y padre del Leigh y Luker, conspira en las sombras para venderle a los empresas petroleras su parte (y la de Dauphin) de los terrenos de Beldame. Lawton es un político nefasto, pudre lo que toca.

McDowell va engarzando con delicadeza de orfebre los elementos fantásticos en la urdimbre hasta la impresionante aceleración final. Los diálogos son vivos; los personajes, muy bien tallados. Hay varios comentarios interesantes sobre el estilo de vida sureño esa mezcla de "cordialidad generalizada, malicia displicente y laxitud abrumadora".

Muy perturbador y eficaz es el uso de la arena como indicio de peligro. Por cierto, ¿a quién no lo aterrorizaban de niño las arenas movedizas? La arena, esa sustancia " suave y pesada, que parece haber sido imaginada para medir el tiempo de los muertos", escribió Jorge Luis Borges.

Finalmente, uno no puede dejar de preguntarse: ¿Por qué los McCray y los Savage volvían una y otra vez a las altas casonas sombrías de Beldame. Es la atracción del mal, amigo lector. ¿Quien esté libre de esa tentación que arroje la primera piedra?
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

martes, 26 de marzo de 2024

Cuadernos de Vorónezh


Aquellos intelectuales que adoran al Partido Comunista o alguna de las infames sectas trotskistas (como las que se roban en la Argentina el 2% de los planes sociales de los pobres so pretexto de gasto de organización) deberían descubrir o recordar lo que el marxismo les hace a los artistas cuando conquista el poder e impone la dictadura del proletariado. Deberían conocer el destino trágico de Ósip Mandelstam.


Nació en 1891 en Varsovia dentro de la confortable fe judía, fue compañero de ruta (sin exagerar) de la Revolución bolchevique, pero por ser una conciencia independiente lo condenaron a la miseria más espantosa y al exilio interno, hasta que en 1938 lo liquidó un campo de concentración de Vladivostok.


Ese enigma envuelto en un misterio dentro de un acertijo que conocemos con el nombre de Rusia rehabilitó completamente al poeta cincuenta años después de su asesinato, al calor de la Perestroika. Hoy el sello boutique Blatt & Ríos trae al lector hispanohablante algunas de sus mejores creaciones, las que compuso en un régimen de cautividad semiabierto en una ciudad de provincias. Hay una historia terrible detrás de Cuadernos de Vorónezh (129 páginas). Es una joya que sabrá apreciar tanto el amante de la Alta Poesía como el interesado en la historia del comunismo.


INTENTO DE SUICIDIO


En 1933, Ósip Mandelstam escribió el poema El montañés y lo recitó ante una decena de amigos. Boris Pasternak calificó la empresa de intento de suicidio. Era una sátira despiadada de Joseph Stalin. Veamos media estrofa:

"...Sus dedos gordos, como gusanos, son grasosos,

y sus palabras, como pesas de un pud, cabales,

se ríen sus bigotes de cucaracha

y relucen las cañas de sus botas."


En ese momento comenzó su calvario material, físico; el espiritual se había precipitado mucho antes, cuando la Revolución de Octubre, supuesta epopeya por la libertad del proletariado, confirmó un rumbo totalitario como nunca había conocido la humanidad. El disidente, obviamente, fue detenido, interrogado y confinado lejos de las grandes urbes. Aislar pero preservar fue la orden de Stalin. Primero fue enviado a la localidad de Cherdyn. Allí, Ósip intentó suicidarse. Luego los mastines del déspota le permitieron afincarse en Vorónezh, pero en condiciones paupérrimas, junto a esposa Nadiezhda Jázina. He aquí otra enseñanza del libro. Cuando el universo se desploma sobre tu cabeza, aquellos hombres afortunados que han encontrado una buena esposa nunca se sentirán solos. La cruz de la existencia es demasiado pesada para ser cargada por un solo par de hombros.


En Vorónezh, Mandelstam tenía la soga al cuello pero el genio se impuso. Escribió versos magníficos que atesora este volumen y que permanecieron inéditos hasta su muerte. Difícilmente, amigo lector, hallará en otro lado lírica del destierro de tan sublime factura. El alma atormentada le cantó a la estepa, al cielo y al frío, a los ríos, al jilguero, a las piezas arqueológicas del museo local, a la cantante y al flautista camaradas arrestados por la implacable picadora de carne bolchevique. Hasta le compuso a la Roma fascista. También a esa orden deleznable de rapar a la gurisada el Día del Trabajador:


"Aún la maquinita número uno, mordaz,

recolecta castaños tributos,

y caen sobre una toalla limpia

adensados mechoncitos racionales".


Naturalmente hay un fantasma maldito errando entre estos poemas. En la página sesenta y uno, el vate lo evoca:


"...aquel por quien gritamos en sueños,

el Judas de los pueblos futuros"...


Y así llegamos al núcleo incandescente del libro. La conmovedora, colosal y fascinante Oda a Stalin. Al autor le insumió dos meses redondear el poema, nos explica el traductor y prologuista Fulvio Franchi, quien por cierto ha hecho un trabajo excelente, dando "prioridad a la obtención de un ritmo". Mandelstam envió el manuscrito a diversas organizaciones culturales en 1937, pero ninguna aceptó publicarla. Hubo que esperar hasta 1989 para que la URSS divulgara al poema íntegramente. Malditas dictaduras.


El señor Franchi también resalta que hay dos interpretaciones históricas sobre los motivos de la Oda a Stalin:

a) Fue un intento tan desesperado como magistral (artísticamente hablando) del literato, aunque inútil, para que Stalin olvidase “El montañés” y le perdonara la vida.

b) “Fue la elección de un género lírico elevado que encarna un principio paródico”, escribió Franchi. Es decir, harto de tanto dolor el artista habría querido demostrar al Príncipe Rojo que él también era capaz de componer la más excelsa lamida de botas. Un último gesto de altivez delante del patíbulo. Sostiene esta teoría, la indudable ambigüedad del poema y sus graciosas exageraciones.


Estos cuadernos tan recomendables incluyen al final un puñado de escritos en prosa que corroboran la fineza del sentido crítico de Mandelstam y la belleza de su expresión. Impresiona, por ejemplo, su reprobación a los periodistas bolcheviques sedientos de sangre, que retroalimentaban la represión del régimen: "Una cajera se equivocó en cinco kopeks. -Mátala".


En los años veinte, el poeta había llegado a una conclusión tremebunda: "...en todas partes la literatura cumple un mismo designio: ayuda a las autoridades a hacer que los soldados las obedezcan y ayuda a los jueces a ejercer represalias sobre los condenados".

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa


Calificación: Muy bueno

domingo, 17 de marzo de 2024

BlackBerry, el comienzo de la historia

 


Una de las tantas traducciones de Proverbios 16: 18 al 19 dice así: "Tras el orgullo viene la destrucción; tras la soberbia, el fracaso". En 2007, la altanería de dos constructores de imperios -el visionario Mike Lazaridis y el vendedor implacable Jim Balsillie- dio inicio a la destrucción de la empresa canadiense que había causado una revolución en las telecomunicaciones y el universo laboral. BlackBerry pasó de controlar entre el 30 y 45% del mercado de telefonía móvil en los albores del siglo (difieren las fuentes) a cero en la actualidad. Una película independiente filmada, justamente, en Canadá, narra esa apasionante historia de auge y decadencia. Puede encontrarla en Amazon Prime.


BlackBerry, el comienzo de la historia es un drama biográfico, filmado en 2023. El guión adapta, con absoluta libertad, el libro Perdiendo la señal: la historia no contada del extraordinario crecimiento y la espectacular caída de BlackBerry de Jacquie McNish y Sean Silcoff. Lazaridis es interpretado por Jay Baruchel; Balsillie, por Glenn Howerton. El director Matt Johnson también actúa: es Douglas Fregin, el mejor amigo de Mike y confundador en Waterloo (estado de Ontario) de Research In Motion, la empresa de software que lograría con una manufactura prodigiosa modificar la forma en que los influyentes trabajaban y se relacionaban con sus empleados, sus clientes y sus pares. La tecnología nos hace. El medio es el mensaje, sentenció para siempre otro canadiense ilustre, el profesor Marshall MacLuhan.


RIM fue como un meteoro deslumbrante que cruza los cielos. El mismo Barack Obama llegó a decir que no se imaginaba su existencia sin el BlackBerry. Pero ya en 2013 su cuota de mercado había caído al 3% en América. El ingeniero talentoso Lazaridis y el tiburón de los negocios Balsillie fueron obligados a dejar el timón de una empresa que en pocos años pasó de ser la más valiosa del Canadá a perder el 90% de su capacitación bursátil.


¿Qué pasó? ¿Qué error garrafal habían cometido? Subestimaron la revolución iPhone. Pantallas táctiles, desarrollo independiente de aplicaciones, prioridad al concepto blando de "experiencia del usuario", acceso ilimitado a las redes sociales, productos atractivos y accesibles para todo el pueblo no exclusivos para la casta, incremento constante de las prestaciones. Y, sobre todo, que las corporaciones telefónicas puedan aumentar su rentabilidad facturando al cliente por cantidad de datos, novedad que Lazaridis recibió como obstáculo no como oportunidad ("¡Cada iPhone gasta la misma cantidad de datos que 5.000 BlackBerry!", se queja en la película). "Tu problema es que un minuto es sólo un minuto", le espeta sin rodeos a Balsillie en un aeropuerto de Georgia un peso pesado de AT&T cuando le rogaba que no abandone el barco para saltar a la cubierta de una Apple que iba a convertirse en la firma más valiosa del planeta hasta el día de hoy.


Como si fuera poco, la explosiva aparición del sistema operativo Android de Google que permite replicar las maravillas funcionales del iPhone en todos los aparatos que llegan de Oriente (algo similar a lo que había conseguido Microsoft con el Window en las computadoras domésticas) fue el último clavo en el ataúd de BlackBerry, cuya reacción a tan formidable desafío fue tardía, confusa y torpe. Dicen que lo peor que puede hacer un artista es enamorarse de sus ideas. Termina sacrificando la creatividad.


MUNDO GEEK


La cinta comienza en 1996 cuando dos jóvenes nerds (Lazaridis y Fregin) intentan vender al buitre Balsillie su nuevo invento: el PocketLink. Los chicos habían logrado resolver una encrucijada de la transmisión inalámbrica de datos y diseñaron al antecesor del BlackBerry. Crearon "la oficina de correos más pequeña del mundo". Y portátil. Balsillie no les hace caso de momento, pero algo queda resonando en su cabeza. Después de ser despedido de la firma donde trabajaba por rebelde e inescrupuloso, se convierte en inversor independiente. Hipoteca su casa para comprar un tercio de RIM y el cargo de codirector ejecutivo. Aporta la cuota de racionalidad empresarial que necesitaban los frikis para el despegue. Le venden a Bell Atlantic (hoy Verizon) el primer dispositivo de mano que puede conectarse a una red a escala comercial. El tándem Lazaridis-Balsillie -tan distintos el uno del otro- acelerará la revolución tecnológica en Occidente al comprender la importancia de la mensajería móvil.


Resulta fascinante el contraste que plantea el falso documental entre el caótico mundo geek de los ingenieros, tan pueril como disruptivo, con los hombres de negocios tradicionales, contratados en RIM para mantenerlos a raya (gran papel de John Ironside, estereotipo del hombre duro, como Charles Purduy). En 2002, los smartphone BlackBerry salen a la arena del circo y conquistan a las élites con su elegante teclado QWERTY y su practicidad. Incluso, generaron una suerte de adicción que fue designada como CrackBerry, "palabra nueva del año 2006" e incorporada por el diccionario Webster 's New World Dictionary. Qué anacronismo, verdad.


Vemos en la pantalla como Balsillie se las ingenia para frustrar en 2003 el intento de adquisición hostil de Carl Yankowski, director ejecutivo de Palm, otra pionera que terminó desapareciendo del mapa. Vemos como le roba mentes brillantes a otras empresas tecnológicas para resolver el colapso de la red telefónica. Para ello, usa opciones sobre acciones (a Paul Stannos de Google le promete diez millones de dólares de prima de ingreso), maniobra delictiva que arroja a los mastines de la Securities and Exchange Commission (SEC) al cuello de las autoridades de RIM (Balsillie casi termina en la cárcel).


Hasta que llega el año fatídico de 2007. Por entonces, sólo Nokia vende más smartphones en el mundo que Blackberry. La rutilante presentación de (suenan las trompetas) Steve Job encuentra a RIM distraída. Es el núcleo incandescente del film. Mike está acorralado por la SEC. Jim, obsesionado con la compra de algún equipo estadounidense de hockey sobre hielo para mudarlo a Canadá. Con una mezcla de admiración, miedo y perplejidad, los cerebros de la empresa canadiense reciben el lanzamiento del iPhone. Cambiaban las reglas del juego. La respuesta, como se dijo más arriba, nunca fue la apropiada y, como consecuencia, hoy ya no se fabrican más los teléfonos BlackBerry. Se convirtieron en una hermosa historia para ser contada con una valiosa enseñanza: si te dedicas al mercado tecnológico, innova permanentemente o perecerás.


Como nota al pie de página, digamos que Fregin se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo al vender su paquete accionario de RIM en 2007, después de pelearse con su viejo amigo Mike.


EL PRESENTE MODESTO


Parece que los nuevos dueños de RIM (rebautizada BlackBerry Limited) siguen al pie de la letra el consejo del proverbio bíblico de perseguir la humildad. Veamos su derrotero (barranca abajo) en los últimos diez años.


En 2016 anunciaron la subcontratación a los chinos de TLC de toda la producción de aparatos. La idea era que se encargaran del hardware, mientras los canadienses se centraban en el software. Ya no fabricarían más teléfonos. Pero la nueva camada no usaba el sistema operativo propio, sino que corrían sobre Android. Ni siquiera arañaron el mercado. En enero de 2022, ¡kaput! Todo los aparatos quedaron obsoletos cuando la firma dejó de darles soporte. Ahora, BlackBerry se dedica a producir software de ciberseguridad y ofrece otros servicios para empresas y gobiernos. Es muy apreciada en el segmento de comunicaciones seguras, incluso por la CIA.


Qué es de la vida de Mike Lazaridis y Jim Balsillie, se preguntará usted. Bueno, los socios crearon un fondo de inversión para desarrollar las tecnologías cuánticas (palabrita de moda esta década), se abocaron a la filantropía en el área de la educación y a contar su mejor historia por todo el mundo. Con la perspectiva del paso de los años, uno no puede dejar de ver los últimos minutos sin gritarle a los protagonistas: "¿Qué están haciendo pedazos de tontos", escribió la crítica inglesa Wendy Ide. Es la fatal arrogancia, amiga. ¡Ah, por cierto!, las dos horas de película se pasan volando.

Guillermo Belcore


Calificación: Muy buena

martes, 12 de marzo de 2024

El cocinero de Alcyon


El cocinero del Alcyon

Por Andrea Camilleri

Salamandra. 238 páginas


En 2009, Andrea Camilleri (1925-2019) recibió un encargo de una productora italoestadounidense. "Maestro, necesitamos un guión con el comisario Montalbano". Quizás, le encargaron que incluya una o dos mujeres despampanantes, un empresario malo como un terremoto y una trama en la que nuestro héroe se enfrente a los esbirros de poderosos narcotraficantes.

La película no se hizo. Don Andrea no quiso desperdiciar el argumento. Lo recicló unos años después para un nuevo libro de la saga de Salvo Montalbano, que consta de treinta y dos gemas y convirtió a su demiurgo en el escritor más leído de la Italia contemporánea. Así describe a la serie la eminente Enciclopedia Treccani:

"En 1994, con La forma del agua, A.C. inauguró una serie de novelas y cuentos centrados en un personaje fijo: el comisario de policía Salvo Montalbano, que en la imaginaria (pero inequívocamente siciliana) ciudad de Vigàta debe desentrañar numerosos casos de asesinato y malversación, animado por un sentimiento de justicia tan sustancial como ajeno a las preocupaciones de su carrera y, en todo caso, propensos a procedimientos que no siempre son formalmente impecables".

Camilleri reconoce en la nota final que El cocinero de Alcyon muestra sus costuras innobles, es decir su origen no literario. Se queja además de que los capítulos no se ajusten exactamente a su lecho de Procusto: las habituales diez páginas de computadora. Pero en la "nota a la nota" sentencia que la actualización redondeó una "buenísima novela de Montalbano". ¿Y quienes somos nosotros, modestos escribas del séquito, para desmentir a su majestad, el escritor talentoso? 

Otra de las proezas de Don Andrea es que su ciudad natal -Porto Empedocle, provincia de Agrigento, en Sicilia- haya decidido agregar el término "Vigàta" a su nombre histórico, como consecuencia de la legión de admiradores de la serie que visitan todos los años la urbe para caminar por los mismos escenarios que fatigaba el comisario. Sí, amigo lector, la literatura fomenta el turismo nacional. Ya es hora de que Pringles cambie su nombre por César Aira.

La historia comienza con un conflicto sindical en un astillero. Un obrero despedido se ahorca. El patrón -hijo del fundador de la empresa- es un canalla de primera categoría, de esos que desperdician la herencia familiar en gustos extravagantes, mientras descargan sobre los hombros de los trabajadores el peso del ajuste.

Los policías sicilianos, naturalmente, simpatizan con la rebeldía obrera (¿dijimos que A.C. tenía simpatías comunistas?). Uno de los deméritos de la novela y de la serie policial de esta época es que el detective y sus ayudantes suelen coincidir forzosamente con la ideología de sus creadores; es decir, por lo general pertenecen a la prometeica familia de la izquierda progresista. Por eso las llamamos “ficción”.

La aparición en la soleada Vigàta de una escort texana, veintiañera, rubia, de más un metro ochenta de altura ("Llevaba unos vaqueros tan ajustados que más que una prenda de vestir parecían la piel de una fruta"), doce mil euros la noche, ofrece a Montalbano la punta de un ovillo. Descubrirá que el cretino de Giovanni Trincanato no es solamente el propietario de un astillero. Es alguien mucho más siniestro. Al mismo tiempo, los jefes de la policía intentan apartar al comisario del servicio. ¿Qué diabólico caldo se está cociendo en el sur de Sicilia?

Si hay algo que puede criticarse del texto es cierta propensión al estereotipo. El agente del FBI, por ejemplo, parece una marioneta, es indigno de un escritor de la talla de Camilleri. Todo hay que decirlo: el libro carece de profundidad psicológica. Pero es un entretenimiento formidable. Una última rareza. He aquí a un sicario argentino, un tal Juan Bartocelli. Tiene ojos de serpiente, más fríos que el Polo.

Guillermo Belcore

domingo, 25 de febrero de 2024

El mamífero que ríe


El mamífero que ríe

Gustavo Ferreyra

215 páginas. Ediciones Godot


Desde que la humanidad leyó arrobada las andanzas de un hildalgo de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, quedó establecido que en una novela deben “pasar cosas”. Claro, esta magnífica especie literaria ha ido mutado y hoy puede que nos atrape el acabado de los personajes, la profundidad de la mirada, la belleza del estilo o cierta originalidad… Pero cuando estos vectores de la potencia estética brillan por su ausencia y al mismo tiempo no pasa prácticamente nada, la novela se instala definitivamente en un lecho de tedio e insustancialidad.


Es una conclusión que deriva de la lectura de la obra más reciente de Gustavo Ferreyra, autor de vasta y reconocida trayectoria, de hecho se trata de su novela número once. El mamífero que ríe desarrolla un procedimiento que parece ser la seña de identidad del autor: el soliloquio de un chiflado.


En este caso, leemos los razonamientos desquiciados de Ricardo, psicólogo de profesión, anarquista borgeano, antikirchnerista recalcitrante (este rasgo es importante), separado con dos hijos pequeños, de claras ideas racistas, con cierta tendencia asesina y pederasta en potencia, enfermo de deseo por su empleada doméstica, Ceferina, la Paraguaya.


Ricardo quiere ser un Zarathustra, la bestia rubia nietzscheana, pero no es más que un pobre tipo, con panza y 42 años que malvive con la consulta en su casa. Al principio, nos enteramos que el pelafustán ha encontrado su epifanía en Puerto Madryn, con la observación de una colonia de lobos marinos. Ve en los machos una suerte de pináculo, “la masculinidad con un vigor esplendente”, en contraste con una represión moderna que siente que lo ha castrado a él y a sus pares. “La civilización es femenina, toda la maldita cultura es femenina”, razona ofuscado. Nada del otro mundo. Es sólo otro auténtico reaccionario por sublimación de sus problemas con las mujeres.


A MEDIAS

La sublime mamifidad es el eje del relato. Pero es un eje que viene y va y se termina difumando. He aquí uno de los inconvenientes del libro. Todo se hizo a medias, como si el autor hubiera temido dar un pasó más allá para adentrarse en lo singular. Por ejemplo, Ricardo decide conocer al marido de Ceferina, un carnicero medio ciego que trabaja en un supermercado chino de Villa Urquiza. Le compra unos bifes de costilla, no pasa nada. Puede que la anécdota sirva para ilustrar el carácter irresoluto del protagonista, pero un narrador experimentado y competente como Ferreyra debe saber que al lector no se lo deja con hambre.


Da la impresión que las peripecias del psicólogo para no perder clientes, para lidiar con su malvada hermana, con su esposa tipo matrona y con sus vecinos que ocultan algo y para llevarse a la cama a su mucama son asuntos secundarios. Es posible que lo que Ferreyra haya querido construir -sobre cualquier otro deseo- sea una formidable máquina de opinar. Sobre todo para dejar establecido su ideario político en el que puede que se entremezclen las convicciones propias como las concesiones al público progresista, seguramente el grueso de sus lectores.


Relucen aquí y allá algunas ideas inteligentes. Como ésta: “No existen hijos rebeldes, sido modos distintos de hacer las mismas cosas”. Pero las consignas políticas no van más allá del cliché. Macri y Trump son “estúpidos”. Carrió es “una protuberancia de Clarín”. Los intelectuales ‘progres’ son un hato de bienhechores. Cristina se ha empeñado en “que los perdedores no pierdan tanto”. La clase media argentina es una calamidad. Página 84: “A diferencia de la moral media del norteamericano: duro con los demás y consigo mismo, el clasemediero argentino es de moralidad completamente señoral: duro con los demás, blando y autoindulgente al extremo consigo mismo”.


La historia que, ¡ay!, nunca llega a ningún lado -el final es tan decepcionante como el resto- se articula en capítulos mensuales de más o menos diez páginas entre enero de 2018 y julio de 2019. Sostiene Ferreyra que el macrismo fue un desastre. Al mismo tiempo, hilvana una de las más desembozadas y entusiastas reivindicaciones de Cristina Kirchner que se puedan encontrar en la literatura argentinaLos que odian son locos malévolos como Ricardo, incluso perversos sexuales. Aquellos que la incomodaron, como Stornelli o el difunto Bonadío, son canallas de primera categoría. Hasta el Plan Qunita ensalza Ferreyra.


El batidor de justa -esa institución porteña- nunca se detiene. Entregada a la imprenta en 2022, Ferreyra también tiene algo que decir sobre la guerra en Medio Oriente, aunque no venga a cuento en la trama. En la página 20, conjetura que los soldados israelíes no parecen humanos, “a lo sumo una combinación de carnes con maquinarias”, como Robocop. Y los parangona con las hordas de Hitler, un lugar común atroz de nuestros intelectuales: ...”buscan transmitir con sus uniformes lo mismo que los nazis: ¡atenti!, que no somos humanos”.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Regular

PD: Aquí comentamos otras dos obras del Sr. Ferreyra:


lunes, 19 de febrero de 2024

Si te dicen que caí


Antes de que un hatajo de franceses ingeniosos y sin talento rebajaran el texto hasta lo insustancial, la novela de la Europa continental era una formidable maquinaria poética y filosófica que aspiraba a explorar el alma del mundo, de una época o de una comunidad, y los pliegues del alma individual. Ambición no faltaba. Incluso se experimentaba con la forma, en una especie literaria que se ha caracterizado, justamente, por su constante mutación, desde que un caballero de triste figura saliera a fatigar los caminos de La Mancha.

Buenas novelas oceánicas se siguen escribiendo, claro está. Allí están Michel Houllebecq y Mircea Cartarescu para atestiguarlo. Pero son cada vez más raras en el Viejo Continente. Ni hablar en la Argentina, donde el compromiso por un proyecto artístico brilla por su ausencia y donde un literato eminente, incluso, ha desarrollado una teoría ad hoc para justificar la novelita infinitesimal -liviana como una pluma- en nombre de "la dicha de la pincelada y de la escena", "de la felicidad del instante". El realismo pesado (en el buen sentido del término), la arquitectura compleja, la profundidad psicológica, la exuberancia verbal parecen fósiles, como el sombrero con plumas de avestruz de la tía Olga o el silencio de esa habitación en que una persona se sienta en su sillón favorito para leer un libro de más quinientas páginas.

Aquellos que aborrecemos la moda de lo fútil y nos gustan los escritores que se toman su papel en serio tenemos todo el pasado por delante, a Dios gracias. Se cumplieron en 2023 cincuenta años desde que Juan Marsé (Barcelona 1933-2020) presentará en un concurso literario de México un manuscrito que a la sazón se convertiría en una obra maestra de la literatura española contemporánea. Leer hoy Si te dicen que caí (Club Bruguera, 290 páginas) es una experiencia extraordinaria y muy placentera, claro, si usted no es un lector con prisas.

AÑOS TREMEBUNDOS


Marsé nos lleva a la Barcelona de 1944 ("el año del trigo argentino"). A una sociedad oprimida por la miseria moral y material, por la arrogancia y la brutalidad de los triunfadores de la guerra civil, y por el rencor de los vencidos. Es un ajuste de cuentas con su infancia; una colección de historias en primera persona, pero desde un yo plural (va alternado las tramas, pero sin aviso tipográfico). El núcleo incandescente es el asesinato de una prostituta rubia, un hecho que lo conmovió de pequeño y que aparece de manera recurrente en su vasta obra.

Los protagonistas son niños y adolescentes. Granujas que sobreviven aprovechando hasta la última migaja. Hace ochenta años, en El Guinardó (barrio desaparecido de Barcelona) se comían gatos y se reciclaban los condones usados, pero -al decir del autor- "nunca volvió a reír la primavera como entonces, nunca". La pandilla se reúne en la trapería de Daniel Javaloyes, Java para los amigotes. Cuentan historias, buscan tesoros entre los escombros y juegan al doctor con huerfanitas.

Java remueve cielo y tierra para encontrar a una furcia roja, Ramona o Aurora Nin, con quien había tenido sexo para complacer a Conrado, un alférez paralítico y mirón. Tiene sus razones secretas para hallarla, además del dinero que le promete una mujer rica deseosa de venganza.

Otro hilo narrativo lo transita la diezmada resistencia anarco-comunista. Son un puñado de perdedores, forjados en cien batallas, viviendo en una clandestinidad sin fin, devenidos en terroristas, atracadores y estafadores. Acecha entre las sombras un peligro para los chicos, el tuerto 'Flecha Negra', "sirviente de la Patria amanecida", con la excusa que recluta voluntarios para los campamentos juveniles de la Falange.

En rigor, todo el libro es una colosal rememoración a partir de la llegada de un cadáver a una sala de autopsias del Hospital. El ayudante de una monja conoce al muerto. O lo conoció hace treinta años, mejor dicho.

LOS AVENTIS


Para tejer los laberintos de la memoria, el novelista catalán emplea un procedimiento muy eficaz: "los aventis" de Sarnita, uno de los perdularios de la barra del Java. Son relatos construidos con desechos por un niño, supuestamente testigo pero que mayormente habla de oídas. Incluye rumores, confidencias, confesiones y ficciones. Hay saltos temporales y el sentido se va armando de a poco. Es una lectura exigente en forma y contenido porque se trata de una obra magnífica. Una segunda lectura de algunos pasajes, incluso, podría ser recomendable. En verdad, al final de la novela el lector se sentirá exhausto pero recompensado. Todos los puntos se unen.

Si te dicen que caí ha envejecido muy bien. Qué envidia. Por cierto, hay una versión cinematográfica de la obra más rica de Juan Marsé. Dicen que la empobrece.
Guillermo Belcore

Calificacion: Excelente

martes, 6 de febrero de 2024

Aniquilación


 "Una mejora en las condiciones de vida va emparejada, a menudo, con un deterioro de las razones de vivir, y en particular de vivir juntos.”

M.H.


Sin duda, uno de los pasajes más emocionantes de la saga cinematográfica de El señor de los anillos es la petición caballeresca de Aragorn frente a la Puerta Negra de Mordor. Viggo Mortensen intenta que sus tropas recuperen el coraje para detener a los ejércitos de las potencias maléficas:

"...Hijos de Gondor y de Rohan, mis hermanos, veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi propio corazón.

Pudiera llegar el día en que el valor de los hombres decayera, en el que olvidáramos a nuestros compañeros y se rompieran los lazos de nuestra comunidad. Pero hoy no es ese día.

En que una hora de lobos y escudos rotos rubricaran la consumación de la edad de los hombres. Pero hoy no es ese día.

En este día lucharemos. ¡Por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra, os llamo a luchar, hombres del Oeste!..."


La arenga de Aragorn -similar a la de William Wallace antes de la batalla de Stirling- es destacada en la novela más reciente de Michel Houellebecq (Saint Pierre, 1958). Justamente, el escritor-filósofo más interesante de la Francia contemporánea ha venido reprobando en su vasta obra con inusual valor las miserias y cobardías de los hombres del Oeste, que signan una época líquida que, por pereza intelectual, hemos designado como postmodernidad.


En Aniquilación (Anagrama, edición 2022, 605 páginas) asume Houllebecq una vez más la defensa de la moral judeocristiana, y de la moral en general. Y lo hace con una lucidez y potencia narrativa que demuestra que puede resultar fascinante incluso la literatura con mensaje, ese colmo de horrores, a priori, según Oscar Wilde y Borges. La potencia maléfica contra la que se alza el literato es el nihilismo europeo, que se manifiesta, por ejemplo, en sectas paganas, o panteístas, y politeístas, o que divinizan a la naturaleza.


La novela ubica al lector ante los grandes asuntos existenciales del presente. El problema de la decrepitud de nuestros padres; el problema de la sexualidad en el matrimonio y fuera de él; el problema del trabajo después de los cincuenta; el problema de la representación política; el problema del orden y la seguridad pública; el problema de la salud quebrantada. Estos son sólo algunos de los temas abordados con inteligencia y elegancia. La respuesta de Houellebecq a los retos es nostálgica. Le gustaría recuperar, aunque sea una parte, del mundo pérdido de la infancia. Un mundo accesible, humano, donde aún tenían lugar la comida casera y los platos típicos; y los matrimonios cuidaban a sus hijos, mantenían una intensa vida sexual y creían en Dios.


MONSIEUR RAISON


El protagonista del libro se llama Paul Raison, quintaesencia de la "suficiencia burguesa", es decir un representante cabal de la casta gobernante. Trabaja en el Ministerio de Economía, es confidente y mano derecha del ministro, una suerte de Colbert del siglo XXI, tecnócrata que ha revivido a la industria francesa. Pero Paul, en la cincuentena, no es feliz. Su matrimonio ha fracasado; nunca se les ocurrió tener hijos. No tiene amigos y es distante la relación con sus hermanos y con su padre, un ex funcionario del Servicio de Inteligencia del más alto nivel.


La trama va encadenando los duros golpes que recibe Paul hasta su aniquilación, pero que, paradójicamente, le permiten rehacer la relación con Prudence, su esposa. Al final, nos encontramos con una hermosa historia de amor. Al mismo tiempo, Houllebecq corre los cortinados y nos permite atisbar en el funcionamiento del Estado francés. El jefe de Paul se convierte en 2027 en el nuevo hombre fuerte del gobierno, bajo la presidencia de un telepresentador insustancial. El tercer hilo narrativo esclarece una serie de atentados, que han puesto de cabeza a los servicios de inteligencia de las potencias globales, "la mayor catástrofe en seguridad informática desde la aparición de las computadoras".


Los únicos pasajes que aburren en esta novela son las narraciones de un sueño; como siempre ocurre, un procedimiento que delata déficit de invención. No se entiende, con franqueza, la insistencia de los escritores -incluso de los buenos- con esta bobería. El resbalón, no obstante, se compensa largamente con la hondura psicológica y social de los personajes (a su manera, Houellebecq es un Balzac) y con los juegos de ideas que circulan por el texto.


Entramos en la posdemocracia, nos advierte Houllebecq, desde París. La democracia, tal como la conocíamos, ha muerto; "es demasiado lenta y demasiado pesada". Las relaciones personales y las redes es lo único que funciona, aunque "el idiota moderno vive intoxicado con la web, las teorías conspirativas y las noticias falsas". Caímos en una suerte de epicureísmo mustio; en una desesperación normalizada; "en un ambiente pseudolúdico, pero que realidad está regido por una normativa fascista que, poco a poco, ha ido infestando todos los recovecos de la vida cotidiana". Es la famosa corrección política.


Tal como hizo hace unos días el Presidente de la Argentina en Davos, el perspicaz escritor francés nos advierte que Occidente se suicida, por vestirse con una panoplia de ideas descabelladas, pero la admonición es aquí más cultural que económica. Houllebecq no cree en el librecambio, por cierto. Condena por ingenua la doxa liberal a lo Francis Fukuyama: "...la ingenua creencia de que el afán de lucro puede reemplazar cualquier motivación humana y proporcionar por sí sola la energía mental necesaria para mantener una organización compleja...". Por fin, un escritor eminente que se preocupa por un estilo de vida que conduce a la destrucción de la familia y la vida conyugal.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Muy bueno

miércoles, 10 de enero de 2024

La ola que lee


 La compilación de relatos y artículos periodísticos no ha cosechado aún la gratitud que merece
. Es injusto. Hay volúmenes que son auténticas obras de arte. No resulta difícil señalar ejemplos: Textos recobrados, de Jorge Luis Borges; George Steiner en The New Yorker; Mea Cuba, antes y después, de Guillermo Cabrera Infante; Maestro de ceremonias de G.K. Chesterton.


El sello Random House ha publicado otro compendio cuya calidad es pareja a los casos mencionados. Involucra a uno de los mejores escritores argentinos; el único que ha elaborado una teoría de la novela para justificar su caudalosa empresa. La ola que lee se titula el libro que hoy queremos recomendar. Atesora escritos de César Aira (Pringles, 1941) publicados entre 1981 y 2010.


El volumen es el fruto del trabajo muy competente de la socióloga María Belén Riveiro. Le cedemos la palabra: 

"Los textos que se transcriben a continuación nos permiten descubrir autores y libros, releer a aquellos que ya conocemos con el tamiz de la mirada de Aira, explorar los debates de cada época, así como conocer desde otros registros su obra".


MAESTRO DE LECTURAS


La señora Riveiro tiene razón. Aira es un formidable maestro de lecturas. Despierta el apetito. Por leer o releer a Cortazar, a Arlt, a Puig, a Copi, a Laiseca, a Saer, a Kafka, a Gombrowicz (pero no a Katchadjian), a Walter de la Mare, cuya obra Memorias de una enana, empalma con uno de los fetiches de la literatura airana: las miniaturas.


Es menester advertir que, como todo comentarista talentoso, Aira no renuncia a la arbitrariedad e incluso al disparate. Llega a decir que nadie debería considerar a Vargas Llosa o a Alejo Carpentier grandes escritores. O que "la novela larga no es arte, es consumo". Las aporías de Aira son deliciosas; y el resto de su producción crítica a menudo da en el blanco. Hay una poderosa reivindicación de la literatura brasileña; y una demoledora descripción del estado de la novela argentina de 1981, con argumentos sociológicos que aún hoy pueden explicar nuestra indigencia creativa.


Por desgracia, los narradores argentinos se ven obligados a escribir en sus ratos de ocio. Establece Aira que el novelista debe comprometerse en serio, sin cálculos ni ironías, con la literatura. Debe jugarse por un proyecto artístico, por un método, incluso. Que es lo que él hizo; lo prueban sus más de cien libritos regidos por un guante de acero al tungsteno que en sus intervenciones periodísticas se ha empeñado en defender.


Podríamos sostener entonces que las reflexiones metafísicas sobre el arte de narrar son otra de las riquezas del libro. Mostrando (o fingiendo) el fervor de los creyentes, Aira sostiene que lanzarse a la aventura de escribir sólo se justifica por la intención de inventar de nuevo la literatura sobre fórmulas desconocidas. Sin la calidad de nuevo, la obra de arte se queda en artesanía, que puede llegar a ser aceptable pero su propósito último no pasa más que por complacer a un público satisfecho, a un consumidor. El creador de paradigmas no necesita ser bueno, avisa incluso (¿y se justifica?).


El creador "si se limita a usar un lenguaje ya inventado no es arte de verdad o, al menos, no se ajusta a la definición más exigente de arte", dispara en la página doscientos treinta y nueve. El vate de Pringles se ha tomado el trabajo de usar revistas y diarios (extranjeros o del interior de la Argentina) para desarrollar repetida, variada e interminablemente su peculiar teoría que le ha dado prestigio y polémica: 

"La literatura debe ser extremista...;  ...la libertad hace al escritor...;  ...los géneros no tienen más función para el escritor que darle algo para abandonar...;  ...la voluntad de preservar el statu quo resulta esencialmente antiliterario...; ...toda gran obra literaria es un experiencia con el estilo; ...la buena literatura vive al borde del fiasco...". 

Y así hasta el final. Uno termina casi convencido, hasta el momento que recuerda la enorme cantidad de novelas esenciales que no pasarían por el ojo de la aguja airana.


Con humoradas, Aira pide no ser juzgado por La Liebre (su mejor novela), o por La guerra de los gimnasios, o por cualquiera de esas dos o tres nouvelles automáticas que compone año tras año: 

"Me espanta que me juzguen por mis libros. Me siento vagamente insultado, siento el riesgo de una mutilación, cuando alguien se toma en serio algún libro mío. Querría prevenirlo contra ese error, y no encuentro otro modo de hacerlo que publicando un libro más...".


Quiere que lo juzguen por su método. "Preferiría que vieran en mí un procedimiento, como lo veo en mi amado Raymond Roussell". Y aquí llegamos al tema feraz de las influencias. Podría decirse que la literatura airana que tantos fanáticos, discípulos y detractores ha generado es el penúltimo campanazo de la broma surrealista o del dadá. Es "el reblandecimiento daliniano de los relojes".


"He llegado a no corregir nada, a dejar todo tal como sale, a la completa improvisación definitiva", asegura el único escritor argentino que se menciona todos los años para el Nobel. ¿Podemos creerle? Hace unos años, Elvio Gandolfo estableció para siempre esta duda existencial: “El método Aira sería el del viejísimo ¿es o se hace?". Tampoco podemos tomar en serio su profesión de fe marxista de la página ciento ochenta y dos. Es un especulador que cultiva con fruición y destreza la paradoja y la broma. "El escritor debe ser enigmático y abierto a interpretaciones", afirma.


LA FELICIDAD

A esta altura, uno debería preguntarse cuál es la apuesta estética de ese sistema general. Cuál es la felicidad que causa ("felicidad" es una palabra muy usada por Aira cuando opina sobre literatura). La dicha del instante, de la escena, de la pincelada. La literatura debe ser la "eternización de un momento de felicidad". Pero debe ser literatura pequeña, insiste: "...en los géneros breves no se escribe para ocupar el tiempo del lector, como en la novela, sino para ocupar su inteligencia. Y eso puede ser cuestión de un instante, o mejor dicho siempre lo es. Cuanto más breve, más eficaz".


La grey airana quedará absolutamente saciada con esta obra. A quienes nos gustan algunas novelitas de Aira pero la mayoría no, también disfrutamos una inteligencia superior, una prosa refinada, un juego de ideas cautivante.  La ola que lee -como intentamos transmitir- es un libro de muchas felicidades. Como aquel párrafo de la página cincuenta y cuatro que consagra las obras de José Bianco. Es probable que nadie lo haya hecho mejor. El diccionario de autores latinoamericanos, por cierto, sigue siendo la obra maestra de Aira.

Guillermo Belcore

Publicado en el diario La Prensa


Calificación: Excelente

martes, 2 de enero de 2024

La Constitución Nacional: Una historia política 1810-1853

 




Por Bernardo Lozier Almazán

Sammartino Ediciones. Libro de historia. 180 páginas.


La grieta, por desgracia, está en los genes de los argentinos. La Revolución de Mayo, esa gesta cívico-militar tan improvisada como trascendente, plantó las semillas de una división fratricida que atrasó la creación y el progreso de la Patria. Así lo explica un nuevo ensayo que aquí venimos a elogiar:


"El juicio de Alberdi nos advierte que, por aquellos días, ya se gestaban las dos alternativas ideológicas que dominarían el futuro escenario político: la federal y la unitaria, y la confrontación entre porteños y provincianos, cuyas consecuencias se proyectarían durante más de medio siglo, postergando la tan necesaria como indispensable unidad nacional, para entonces consagrar la constitución que organizará los destinos de la Patria incipiente. Sin dicho consenso, todo intento constitutivo devenía utópico".


El erudito Bernardo Lozier Almazán resume en su trabajo más reciente el derrotero político de nuestra Carta Magna. De la Primera Junta a la Presidencia de Bartolomé Mitre, cuando la República Argentina empezó a consolidarse como Estado soberano. Es un libro oportuno. La Constitución Nacional cumplió 170 años, en 2023. Y esa travesía en el desierto, con sus frustrados intentos de gobernabilidad, permite extraer enseñanzas para el presente. Hoy también la falta de consensos, ahora económicos, es motivo de desdichas y nos ubica al borde del precipicio. Ya volveremos sobre el punto.


Primero, es necesario describir el ensayo, avaro en páginas pero rico en sucesos, ideas y documentos. El académico Lozier Almazán es un virtuoso de la cita, pero escamotea su propia opinión. Podemos inferir simpatías rosistas: reivindica el Pacto Federal ("embrión de la Constitución de 1853") y exculpa a la dictadura punzó por no haber convocado nunca a un Congreso General Constituyente. Los egoístas unitarios le hicieron la vida imposible a Don Juan Manuel.


Hay que destacar que la lectura del volumen siempre resulta amena e instructiva. El libro es valioso. Fruto del talento del historiador, pero también del esfuerzo, dedicación y amor de la editora Graciela Sammartino, quien ha creado en 2009 un sello que se especializa en el patrimonio histórico, cultural y artístico de la Argentina.


Decíamos que vivimos hoy una circunstancia en cierto punto similar a la que sufrieron nuestros antepasados. Si la organización nacional tardó cincuenta años terribles para concretarse; y la democracia otros cincuenta y tres para establecerse definitivamente (entre 1930 y 1983), aún no podemos encontrar un modelo sustentable de desarrollo económico para el mundo posmoderno, después de cuatro décadas de frustrantes y pauperizadores balbuceos. De Alfonsín a los Fernández, la grieta entre populistas y antipopulistas parece habernos condenando a un vaivén que acelera la decadencia. ¿Será Javier Milei el Urquiza de nuestro tiempo, el estadista que encuentra la fórmula superadora?

Guillermo Belcore


Calificación: Bueno