Thomas Hardy
Planeta. Novela, 527 páginas. Edición 2011
Un siglo atrás, Thomas Hardy (1840-1928) ganó cierta fama como novelista por su estilo accesible, su nostálgica evocación de la vida rural inglesa y sus tramas fatalistas. No obstante, después de publicar lo que hoy se consideran sus dos mejoras obras, arrojó la toalla. ¿Qué había ocurrido? Reseñas brutales lo intimidaron. Abandonó la narrativa y se volcó a la poesía, sin demasiada suerte. No era lo suyo. En el prólogo de esta reimpresión de Tess se dedica, justamente, a refutar con agudeza a los críticos insidiosos. Es lo mejor del volumen.
Una añosa edición de la Enciclopedia Británica (la encontré en la Biblioteca de La Prensa) describía a Hardy, el hijo de clase trabajadora, como "de naturaleza melancólica, que se complace en cuadros pesimistas''. Hacer hincapié‚ en el infortunio, sin ofrecer a cambio un desahogo, fue lo que lo metió en problemas. La historia de la aldeana Tess -llevada cien veces al cine, teatro o televisión- es arquet¡pica: chica pobre, linda y prometedora termina violada o seducida por el señor de su comarca, a causa de la ambición desenfrenada de sus padres. ¡La desvergonzada naturaleza! No respeta para nada las convenciones sociales. Así, el escarnio y los prejuicos -maldita hipocresía burguesa- perseguirán de por vida a la ya no doncella (mamá soltera, diríamos hoy) estropeando su rehabilitación. El pasado nunca muere. Y se ensaña con los débiles.
Hardy creía que "el arte consiste en describir los hechos comunes de la vida de modo de extraer los rasgos que ilustran el modo idiosicrático del autor''. Fue un cultor del naturalismo más descarnado. Y deprimente. Su prosa plana y sentenciosa tiene la monotonía de un reloj, sólo perturbada por esporádicas pinceladas de belleza. Los fines moralizantes, de tan obvos, terminan pareciendo encantadores. Pero el tono decimonónico nunca seduce. Sabe a rancio. Un clásico tedioso, que también los hay.
Guillermo Belcore
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