domingo, 16 de julio de 2017

El exótico 007 que volvió del frío

Muchos escritores de fuste han embellecido páginas de diarios y revistas; por el contrario, pocos periodistas de raza han logrado escalar al Parnaso. Una de estas rara avis llamada George Orwell lo explicaba así: para poder dedicarse de cuerpo y alma a la literatura, uno necesita ganarse la vida con una profesión que no te absorba todas tus energías creativas. Vale decir, es mejor vender boletos en el subterráneo que fatigarse en una redacción o ser docente de tiempo completo. El inglés Lionel Davidson (1922-2009) también puede considerarse una excepción. Su talento le permitió dar el gran salto.

Hijo de inmigrantes judíos de Europa oriental fue un hombre de acción. A los quince años, ya era cadete en un periódico. Sirvió durante la II Guerra Mundial como telegrafista en la división de submarinos de la Royal Navy. Luego se unió a una agencia de noticias como fotorreportero, y se las ingenió para infiltrarse en la Praga comunista. En la capital checa, justamente, ambientó su primera y exitosa novela (La noche de Wenceslao, 1960). Vivió diez años en Israel, incluso en un kibbutz. Se recuerda hoy a Davidson como uno de los mejores escritores del género de espionaje (Graham Greene lo adoraba). En 1994, rompió un silencio de dieciséis años al publicar Bajo los montes de Kolima. La crítica lo aplaudió de pie. Afortunadamente, el sello Salamandra acaba de rescatarla. Aquí, se intentará explicar por qué es una novela extraordinaria.

El texto nos lleva a los primeros años de la Rusia postsoviética, ese gigante empobrecido. Un agente (freelance) de la CIA debe infiltrarse en una base del extremo norte de Siberia, el lugar más secreto de la URSS, el menos accesible del mundo, acaso. Allí, en Aguas Negras (Tchorni Vodi), se fabrica algo sacrílego. Por un sendero tortuoso había llegado a Occidente desde la remota región de Kolina el llamado de auxilio de un científico ruso, un biólogo que clama por la presencia de un colega canadiense a quien conoció una noche de alcoholes en Oxford. Naturalmente, la inteligencia británica y la estadounidense no dejaron pasar tan promisoria oportunidad de otear en los secretos del adversario, a pesar de que a priori luce como una misión suicida.

Como cualquier otro producto de un género que siempre linda con lo inverosímil, el lector debe tragarse algunos sapos. El más grande todos, digamos un batracio de dimensiones antediluvianas, es aceptar el hecho de que un profesor canadiense -indomable antropólogo y lingüista de la etnia gitksan- puede convertirse en un eficaz 007, con la habilidad de engatusar a media Rusia, hablar quince idiomas y armar él solito pieza por pieza un vehículo todoterreno en una cueva inhóspita mientras en el exterior la temperatura se desploma hasta los sesenta grados bajo cero.

El protagonista de este libro, en efecto, es un James Bond de origen indioamericano. Johnny Porter, el incansable. Si acepta esta premisa, la trama lo mantendrá aferrado de las solapas hasta la última página. La acción es vertiginosa, en especial en las últimas doscientas páginas cuando la KGB lanza la cacería de nuestro héroe.

El simple arte de narrar (de manera oral o escrita) es una cualidad milenaria que la crítica esnob suele desdeñar (a estos plumillas, al parecer, sólo les mueve el sismógrafo la experimentación de la forma). No obstante, es un hecho estético. Sólo los buenos novelistas tienen el don. ¿Cómo detectarlo? George Steiner sugería leer de pie, en un vagón de ferrocarril de tercera categoría, un día caluroso. Si el tiempo vuela, ese escritor ha sido dotado con la gracia. Como Davidson. Uno engulle treinta, cincuenta páginas del thriller casi sin pestañar.

Se trata de una obra de imaginación razonada, ese procedimiento típicamente anglosajón que Borges amaba y que resulta rarísimo en español. Las descripciones de las colmenas y las acciones humanas son minuciosas, riquísimas en detalles, muy bien documentadas. La trama se demora en la explicación de las lenguas aborígenes del Canadá, el funcionamiento de las líneas marítimas y los puertos, la orografía, sociedad y economía en la taiga, etc.. Queda demostrado que Davidson era un escritor concienzudo, es decir un demiurgo que hacía su faena con mucha atención, esmero y detenimiento. Thomas Mann estaba en lo cierto cuando notó que sólo lo exhaustivo resulta interesante.

En total, Davidson escribió ocho novelas para adultos y otras tantas para jóvenes, algunas con seudónimo. Bajo los montes de Kolina se considera su obra maestra. "Como relato puro de aventuras, esta novela tiene muy pocos rivales", establece en el prólogo Philip Pullman. Tiene toda la razón. Además, hay una hermosa historia de amor.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


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