lunes, 4 de marzo de 2019

Una casa para el señor Biswas

La vida es sólo una serie de esperanzas.

 V.S. Naipaul

Tres factores explican el progreso de la humanidad, ha enseñado Don Armando Ribas, prócer del liberalismo argentino: el respeto a la propiedad privada, la limitación del poder político y el derecho de cada ciudadano a alcanzar su propia felicidad. Veamos el primero. Es obvio que sin una casa donde volver todas las tardes, el hombre o la mujer no pueden alcanzar la plenitud del ser. El rigor del clima, el hacinamiento, la precariedad extrema, el descanso insuficiente son enemigos del desarrollo personal.

Este principio filosófico y político ha alcanzado encarnadura literaria en una de las mejores novelas del siglo XX. Aquí, venimos a recomendar, a viva voz, Una casa para el señor Biswas (Los libros del mirasol, 528 páginas, edición 1965).

Vidiadhar Surajprasad Naipaul (1932-2018) la entregó a la imprenta por primera vez en 1961, cuando aún era pobre como una rata. Nacido en la actual Trinidad y Tobago, nieto de inmigrantes venidos desde la India (su familia integraba la privilegiada casta de brahmanes), había conseguido una de las cuatro becas que el Imperio Británico ofrecía para estudiar arte en Oxford. La novela lo consagró, le abrió el camino hacia el Premio Nobel de Literatura de 2001.

Forzando el concepto podría ubicarse la obra en el boom sudamericano de los sesenta. Fulgor tropical no le falta; ambientes de fealdad y exuberancia narrativa, tampoco. Pero Inglaterra la reclama para su acervo. Un crítico de Londres escribió: "Naipaul es el heredero más talentoso de la comedia dickensiana". Antes de odiarlo por razones políticas, el poeta Derek Walcott, otro Premio Nobel caribeño, sentenció: "Sir Vidia es nuestro mejor escritor de la oración en inglés".

Ha llegado pues el momento de elogiar la trama. Se trata, en última instancia, de una magistral exploración de la alienación individual (el señor Biswas) y colectiva (los indios de la diáspora). Ingresamos en el nuevo mundo del hinduismo ortodoxo injertado en una pequeña colonia insular de la Gran Bretaña, no lejos de las costas de Venezuela. Miles de indios llegaron para para partirse la espalda en las plantaciones de caña de azúcar (los brahmanes para dirigirlas). Algunos prosperaron (en Trinidad hay petróleo y hubo una base estadounidense); los más se incorporaron en el ejército de los trabajadores pobres. Viajamos a la primera mitad del siglo XX.

Se ha establecido que el señor Biswas es el propio padre de Naipaul, evocado en versión libre. Es también uno de los personajes indelebles de la literatura universal. Una vida llena de peripecias domésticas (el libro rebosa de anécdotas, es uno de los atractivos), de la vida rural a Puerto España, la capital. Periodista de profesión, casado, cuatro hijos (el segundo, Anand vendría a ser Sir Vidia), lector de Epicteto y Marco Aurelio, como consuelo, víctima de la tiránica familia de su esposa. El señor Biswas tenía muy mala salud, al punto que murió a los 46 años, sin un penique en el bolsillo pero propietario de la casa que había soñado, aunque hipotecada y completamente defectuosa.

Naipaul narra las vicisitudes del protagonista con un procedimiento dickensiano que se menciona al pasar en la página 328: en las grotescas circunstancias de la vida del señor Biswas todo lo que lo hace sufrir es puesto en ridículo y minimizado. Eso de escoger como sujeto de amoroso escrutinio a un joven pobre que lucha por salir adelante es también un clásico de la tradición literaria británica.

EL NOMBRE DE ALEJANDRO


La indagación colectiva -como se dijo- atañe al hinduismo clásico, pero fuera de la India. Una sociedad petrificada en la lava de las injusticias y los prejuicios. Con hábitos y un sistema de castas de más de mil años pero que confía plenamente en la educación de los chicos como factor de ascenso social. Una comunidad aficionada a la tragedia, cuyas mujeres siguen asustando a sus hijos por la noche con el nombre de Alejandro. Que considera a ser barbero como una profesión inmemorialmente deshonrosa; aunque el pescador de cangrejos es el más bajo entre los bajos. Que confiere dignidad a las esposas apaleadas por sus maridos, pero cuyas familias numerosas se articulan en torno a una matriarca. De ese infierno de casas clamorosas y sobrepobladas quiso huir el señor Biswas hacia la paz de su propia vivienda. Rema en tu propia canoa, era su lema subversivo. Un verdadero trastornador de rutinas, para escarnio de su esposa Shama.

Algunas palabritas más sobre el estilo y la ideología. La obra impresiona por su fluidez y unidad. Los personajes son rotundos y las anécdotas, siempre interesantes. Hay párrafos memorables, líricos en su simplicidad. El uso de la ironía es formidable; y la gama humorística, enorme. Es decir, forma y fondo son parejos en excelencia. Todo el mundo coincide en que el cuarto libro que escribió Sir Vidia es el mejor de su repertorio.

El contexto es una plácida ocupación colonial, bajo el sol ardiente y la lluvia intensa, que se va deshilachando, sin violencias. Pasa la Segunda Guerra Mundial, pero en puntitas de pie. El pueblo colonizado no es simpático, ni siquiera agradable. Esta es una de las razones por las que la izquierda odiaba a Naipaul. Edward Said lo llamó "proveedor de estereotipos".

Si aceptamos que Anand es Sir Vidia, así explica el novelista su propio temperamento misántropo, que tantos enemigos le había granjeado: 

"...Su sentido de la sátira lo mantenía alejado. Al principio esto sólo fue una postura, una imitación de su padre. Pero la sátira condujo al desprecio... y el desprecio rápido, profundo, incluyente, se convirtió en parte de su naturaleza. Todo ello provocó insuficiencias, una aguda conciencia de sí mismo y una perdurable soledad. Pero lo tornó inexpugnable".

La edición que aquí comentamos fue traducida por Floreal Mazía. Realmente, esta suerte de sabio de Villa Crespo hizo un trabajo magnífico. Trate de conseguirla.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente


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