domingo, 17 de julio de 2022

El agua electrizada

 


Como una estrella fugaz, Carlos Eduardo Feiling (Rosario, 1961-1997) cruzó el universo literario argentino. La metáfora no es antojadiza. Bien puede ser comparado el literato con un meteoroide, esos pedacitos de roca del espacio que arden en cuestión de segundos cuando ingresan a la atmósfera. La escueta obra de Feiling, en efecto, tuvo un brillo singular; deslumbró a los entendidos. Una maldita leucemia se llevó al hombre demasiado pronto. Pero nos quedan sus artículos periodísticos y sus pocos libros. Hace treinta años publicaba la mejor novela policial de su generación y una de las más exquisitas de toda la literatura en español.


Aquí, pues, el rescate del El agua electrizada (169 páginas). Puede conseguirse; no hace mucho fue reimpresa por un sello local. Es una obra extraordinaria. Plantea Feiling un misterio policial que involucra a la represión ilegal de los setenta. Crea un antihéroe fascinante, pura intelectualidad que va por la vida pensando en latín e inglés pero honra tradiciones porteñas como el culto a la amistad. Cada frase refulge; la influencia de Borges es poderosa y decisiva en el estilo minucioso de Feiling.­


El protagonista-narrador se llama Anthony Edward Hope, guardiamarina de la reserva que se gana la vida enseñando lenguas muertas a adolescentes renuentes. Un alfeñique de cuarenta y cuatro kilogramos con bigote militar, color de rata con tiña; canas incongruentes con su edad y dientes podridos. El alcohol y las citas clásicas son su refugio.


Tony se lanza a investigar el improbable suicidio de un viejo compañero del Liceo Naval: Juan Carlos Lousteau, el Indio. No lo mueve sólo la curiosidad (el deseo de saber) y el afecto, sueña con seducir a Irene, la hermana del amigo muerto. El Indio dejó una nota intrigante, alude a la muerte de dos mujeres en la bañera ("el agua electrizada''), una era hija de un capitán de corbeta que dirigía la pesada del Servicio de Inteligencia Naval; la otra, una de esas montoneras quebradas por la tortura.


Aparecen personajes fascinantes. Horacio Acosta, el poeta "pulastrón''. Nahum, periodista escriba de asuntos policiales. Los amigos de Tony. El siniestro Doctor Lagormasino de la Policía Federal que ordena moler a golpes al detective aficionado (¡Qué buen capítulo, por Dios!). La resolución del caso es perfecta. Nunca hay que subestimar al azar.


La novela deja testimonio de algo que hoy no podría desmentir ni el más obtuso de los ciudadanos: la pauperización de Buenos Aires. Está repleta de ideas ingeniosas; sólo las declamaciones contra la clase media son un cliché. De todos modos, lo que hace a El agua electrizada una gema rarísima es la prosa de Feiling, esmaltada con "pedantescas menciones'', en palabras del propio autor. No obstante, la elegante erudición nunca es ostentosa. Copiamos un párrafo magnífico de la página setenta:­


"Desde la atmósfera diáfana y rumorosa del bar, cobraba vigor la idea de una armonía preestablecida. Good old Gottfried Wilhem. El mundo real era el mejor de los mundos posibles, y no había mal que no contuviese. Tony terminó su medialuna, tragó el café oleoso mientras examinaba de nuevo a los ocupantes de las mesas, quizá ajenos -quizás no- a cualquier intento de Teodicea. Ninguno parecía ser Nahum: la impuntualidad hubiera merecido el último círculo, ya que después de todo era una forma de traición''.­


¿Se escribe como se vive? Uno mira la foto de C.E. Feiling en la solapa de tapa de la añosa edición de Sudamericana y descubre que la barba bien cuidada, la corbata, el pantalón de vestir, los zapatos impecables se corresponden a un escritura atildada; siempre la palabra justa, el vocablo raro y escogido como exorno. Piénsese en su opuesto, un Horacio González digamos.


Dicen que Feiling, el formidable crítico que abominaba de Jauretche y Osvaldo Soriano (le costó el trabajo en un diario), quiso demostrar a sus amigos que era capaz de fabricar novelas de género, como el que más. Lo logró con creces. Pero tenía una mirada melancólica con respecto al oficio de literato. Página ciento sesenta y seis: 


"...lo verdaderamente patético es ser escritor, perder la vida por completo en la transmutación dolorosa en unas pocas sensaciones  y sentimientos. Que en el mejor de los casos, el hipotético caso de estar bien realizada, sólo proporciona placer a los otros''.­

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por identificar claramente que no estoy a la altura de tus comentarios (uso el tuteo, porque descreo de la farsa del trato de "usted"), he estado por privarte de un elogio superlativo.
Y dado que concluí que ello no es justo, te hago saber que, cada vez que tu crítica dice "excelente", se me hace agua la boca.
Entre otras de tus magníficas elecciones, estuve leyendo "El mal menor". Pese a que no me gusta el género terror, seguí tu consejo y lo leí. Muy llevadero, interesante, bien escrito y narrado.
Pero ahora necesitaría debatirlo... Especialmente por el final: Si bien éste me impactó, me tomó totalmente desprevenida, también me resultó algo así como traído por los pelos.
O sea, siendo que llegamos a saber (Oh, sorpresa!) quién resulta ser el prófugo, no me queda claro su recorrido. Y las artimañas que realiza no tendrían el menor sentido (o éste se me escapa) en el contexto de la novela.
Tendrías algún comentario al respecto? Desde ya, mil gracias por permitirme/ permitirnos abusar de tu sabiduría.
Y te aliento (modestamente) a seguir.
Cariños, Diana.