sábado, 12 de febrero de 2011

El pasaje

Por Justin Cronin
Novela fantástica, 1.080 páginas. Editorial Umbriel

Como si de una epidemia se tratase, la megalomanía infesta la cultura estadounidense. Las cadenas de comida chatarra compiten en pos del mayor combo de calorías (tres o cuatro hamburguesas por sándwich, ­¡puaj!). La cafetería más ubicua de la Unión sirve en vasos enormes sus brebajes y ofrece golosinas descomunales a ciudadanos obesos que montan en camionetas obscenas que consumen casi tanto combustible como un avión. El tamaño cuenta; todo debe ser colosal. Esa desagradable hinchazón se ha filtrado, al parecer, a la literatura. Casi mil cien páginas ocupa El pasaje (Editorial Umbriel), el primer volumen de la ambiciosa trilogía que planea el señor Justin Cronin (Nueva Inglaterra, 1962), profesor de inglés en la texana Rice University y escritor multipremiado. Cobró como adelanto por el manuscrito casi cuatro millones de dólares. Y nada menos que Ridley Scott adquirió los derechos cinematográficos por casi dos millones de dólares. América no se anda con chiquitas.

El mamotreto, no obstante sus tiempos muertos y sus melodramas, tiene un aliento épico que atrapa. Narra el Apocalipsis. Abarca mil años de historia. Reinventa un argumento que de tan manoseado casi lo estropearon: en una remota selva (boliviana, en este caso) pulula un virus que puede aniquilar por completo a la raza humana. El microorganismo devuelve al timo su completo funcionamiento, si el huésped es un adulto se convierte en un monstruo, en un vampiro para ser exactos. Porque ya es hora de que aclaremos de que ésta es básicamente una novela de vampiros. La crítica estadounidense ha celebrado que las criaturas de la noche hayan perdido el glamour tonton de Crespúsculo.

El señor Cronin mezcla en su exuberante caldero a Stephen King (quien bendijo el libro en vivo y en directo en Good Morning America) con La carretera de Cormac McCarthy y le añade Soy Leyenda de Richard Matheson. El libro va de más a menos y luego repunta. Las primeras trescientas ochenta páginas son impecables en su intensidad. La acción transcurre en un futuro cercano, Estados Unidos está en guerra hace quince años con Irán y con el mundo islámico en general. La oficina Armas Secretas del Pentágono experimenta con el virus vampírico en una base secreta de Telluride (Colorado). La idea es desarrollar una cura para todos los males o bien crear asesinos indestructibles que asolarán Pakistán y Chechenia. Obviamente, todo se sale de control. Los doce monstruos originales (reos condenados a muerte usados como conejillos de indias) se las ingenian para escapar. Se alimentan de sangre fresca. Brillan como el ángel caído, "son lo más terrible y grandioso que Dios ha creado para devorar el mundo". Nace un ejército de millones de dragones. Es el fin de Norteamérica y quizás de todo el orbe civilizado, pues no queda del todo claro si la maldición cruza el océano. Un ñiña -Amy, la que habla con los animales- es la última esperanza.

La Era D.V.
La segunda parte arranca en el año 92 Después del Virus. Estamos en California, en una colonia de sobrevivientes. Detrás de elevadas murallas y protegidos con luces implacables resisten el asalto de los asquerosos virales. Pero los generadores de energía están muriendo y la locura campea por doquier. Un día aparece en las montañas de San Jacinto una insólita caminante: ¡es Amy! Tiene extraordinarios poderes y un mensaje imperioso que emana un chip implantado en la base del cráneo ("Quien la encuentre, devuélvala a Telluride"). Unos pocos se animan a la cruzada; sueños místicos los impulsan. Encuentran cerca de Las Vegas una ciudad vampira y los rambos de la Fuerza Expedicionaria del Ejército de la República de Texas. El último tramo del libro vuelve a ser interesante. El final, naturalmente, está abierto.

En un reportaje reciente, el señor Cronin ubica su escatología en el punto medio entre la literatura de supermercado y la ficción de calidad. "Esto es lo que a la gente le gusta leer", desafía. Si juzgamos la ambición y recorrido de su creatura es evidente que merece una medalla. Como los torpes dioses gnósticos ha creado un universo alternativo. La trama se narra sin prisas; sin embargo, la expresión es pobre e incluso aburrida. Está muy bien el recurso de alternar cartas, artículos periodísticos y el diario de Sara (revisado en el año 1003 DV en una universidad de la República Indoaustraliana). En contraste, los protagonistas resultan superficiales y las metáforas, vulgares. El libro está saturado con escenas tristes y escenas vertiginosas (¿pensadas para el cinematógrafo?) donde las personas corren por sus vidas. Moove, moove, moove!, es el gastado ruido de fondo. Hay además un cromado de religiosidad y magia que da brillo a la epopeya. En síntesis, El pasaje es un entretenimiento aceptable para todo aquel que ame las imaginerías de Drácula y sus esbirros, pero no agrega nada a la Alta Literatura que el Rey King, valga la redundancia, no haya propuesto antes.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

PD:
Gente, cada día me cuesta más darle un "bueno" a los libros cuya prosa es defectuosa, pobre o sin vuelo. El estilo es lo que cuenta, sostengo. Además aquí sobran muchas páginas. ¿Hace falta decirles que Cronin no es Pynchon, ni siquiera Irving?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Asterion:
Sólo le pido,que en algùn momento nos deleite,con un clasico de la literatura universal;(Algo de Hermaann Hesse,Albert Camus, o inclusive Goethe).
¿Me gustaría saber su comentario,sobre (Los sufrimientos Del Joven Werther)?
Pero seguro que usted en esta biblio-casa,tendrá algo que merezca ser leido una vez más.