Thomas Pynchon
Tusquets. Novela, 422 páginas. Edición 2011
“La suerte, la pura chiripa, es la que pone a cada uno donde está y la mejor forma de pagar por la suerte que se ha tenido, por efímera que sea, es dando una mano siempre que se pueda”.
Mucha gente -incluso pedantes de la Academia- consideran que Thomas Pynchon (Nueva York, 1937) es el mejor escritor norteamericano vivo, que es lo mismo decir que es uno de los mejores de todos los tiempos. Se lo ha catalogado como el súmmum de postmodernismo literario por su destreza para procesar materiales de las más diversas procedencias (culturales, sociales, geográficas, etc). Lo que el lector debe saber es que tiene una capacidad de invención extraordinaria y, al parecer, inagotable. Se han elaborado enciclopedias con los conceptos que incluye en sus obras. No es para todos. Integra el lote de artistas que exigen lectores cultos y creativos.
Antes de publicar en 2010 las sublimes mil cuatrocientas páginas de Contraluz, acaso su obra maestra, Pynchon deleitó al público anglosajón con esta sátira de la literatura de detectives. Inventó al primer investigar privado que usa peinado afro, blusitas psicodélicas, morral con flecos y huaraches. Larry Doc Spotello es hippie, fumeta y drogón. Sus peripecias son divertidísimas. Si usted nunca ha pisado una facultad de humanidades de la Universidad de Buenos Aires, encontrará aquí la más delirante colección de freaks que haya visto en su vida.
La novela nos transporta a comienzos de los años setenta en California, la tierra que se ha dedicado desde siempre a la producción de lo ilusorio. Larry investiga la desaparición del magnate de la construcción Mickey Wolfmann, “técnicamente judío pero que se ejercita para nazi hasta el punto de usar la violencia contra los que olvidan de escribir su nombre con dos enes”. Desde ese punto de partida la trama parodia al tópico y va ramificándose y retorciéndose como si estuviera bajo los efectos de un poderoso alucinógeno. Nunca aburre. Hay humor, denuncia social y observaciones agudísimas. Al timón se encuentra una formidable inteligencia, avezada para ir apilando las mil esquirlas de una época y de una subcultura. Todo viene servido, además, con un estilo que relumbra en su deliciosa artificiosidad. Pynchon, no es ocioso repetirlo, tiene un talento inigualable. ¡Ah! Y la dosis justa de paranoia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Excelente
PD: Otro asunto, los nombres. ¡Qué nombres inventa Pynchon! Vean: Ensenada Slim, Leonard Jermaine Loosemeat, Sauncho Smilax, Piegrande Bjorsen, Adrian Prussia, Delwyn Quight, Coy Harlingen, Vehi Fairfield, San Flip de Lawndale. Todo lo que toca este tipo lo cubre de brillantina.
Tusquets. Novela, 422 páginas. Edición 2011
“La suerte, la pura chiripa, es la que pone a cada uno donde está y la mejor forma de pagar por la suerte que se ha tenido, por efímera que sea, es dando una mano siempre que se pueda”.
T.P.
"Todo hombre debe algo a la mujer con la que fornica habitualmente"
T.P.
Mucha gente -incluso pedantes de la Academia- consideran que Thomas Pynchon (Nueva York, 1937) es el mejor escritor norteamericano vivo, que es lo mismo decir que es uno de los mejores de todos los tiempos. Se lo ha catalogado como el súmmum de postmodernismo literario por su destreza para procesar materiales de las más diversas procedencias (culturales, sociales, geográficas, etc). Lo que el lector debe saber es que tiene una capacidad de invención extraordinaria y, al parecer, inagotable. Se han elaborado enciclopedias con los conceptos que incluye en sus obras. No es para todos. Integra el lote de artistas que exigen lectores cultos y creativos.
Antes de publicar en 2010 las sublimes mil cuatrocientas páginas de Contraluz, acaso su obra maestra, Pynchon deleitó al público anglosajón con esta sátira de la literatura de detectives. Inventó al primer investigar privado que usa peinado afro, blusitas psicodélicas, morral con flecos y huaraches. Larry Doc Spotello es hippie, fumeta y drogón. Sus peripecias son divertidísimas. Si usted nunca ha pisado una facultad de humanidades de la Universidad de Buenos Aires, encontrará aquí la más delirante colección de freaks que haya visto en su vida.
La novela nos transporta a comienzos de los años setenta en California, la tierra que se ha dedicado desde siempre a la producción de lo ilusorio. Larry investiga la desaparición del magnate de la construcción Mickey Wolfmann, “técnicamente judío pero que se ejercita para nazi hasta el punto de usar la violencia contra los que olvidan de escribir su nombre con dos enes”. Desde ese punto de partida la trama parodia al tópico y va ramificándose y retorciéndose como si estuviera bajo los efectos de un poderoso alucinógeno. Nunca aburre. Hay humor, denuncia social y observaciones agudísimas. Al timón se encuentra una formidable inteligencia, avezada para ir apilando las mil esquirlas de una época y de una subcultura. Todo viene servido, además, con un estilo que relumbra en su deliciosa artificiosidad. Pynchon, no es ocioso repetirlo, tiene un talento inigualable. ¡Ah! Y la dosis justa de paranoia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Excelente
PD: Otro asunto, los nombres. ¡Qué nombres inventa Pynchon! Vean: Ensenada Slim, Leonard Jermaine Loosemeat, Sauncho Smilax, Piegrande Bjorsen, Adrian Prussia, Delwyn Quight, Coy Harlingen, Vehi Fairfield, San Flip de Lawndale. Todo lo que toca este tipo lo cubre de brillantina.
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