No hace mucho, Steiner publicó La poesía del pensamiento (Fondo de Cultura Económica, 231 páginas). El ensayo revisa dos mil quinientos años de interacciones y rivalidades entre poeta, novelista o dramaturgo, por una parte, y pensador declarado por la otra. “Del helenismo a Celan”, reza el subtítulo. El recorrido es fascinante (a Borges le dedica seis carillas). Como todo el mundo sabe, el pensamiento serio, bellamente expresado, es poco frecuente.
Con la gentileza que lo caracteriza, Steiner nos propone meditar sobre un aspecto poco estudiado de los gigantes de la especulación filosófica: su genio literario. El Sócrates de Platón evidencia, por ejemplo, que el autor del Fedón compartió con Cervantes o Conan Doyle “la enigmática capacidad de la literatura de presentar personajes inolvidables”. Marx fue también un gran estilista, “el más eminente virtuoso del oprobio”, comparable al clérigo Swift o a Karl Kraus. Puede que este libro levante ampollas en el barrio de Palermo: postula que el único Freud que ha pervivido es el escritor. La presencia dramática de los pacientes evocados es digna de un Maupassant o un Chéjov, pero no tienen la menor relevancia científica. “Freud ambicionaba el Nobel de Medicina. Recibió el Premio Goethe de literatura. Quien habló en su ochenta cumpleaños no fue ningún psicólogo o psicólogo clínico: fue Thomas Mann. Freud se cuenta entre los maestros de la prosa alemana”.
No se trata, en el fondo, de que “la filosofía labra el surco en el que la poética depositará su semilla”, sino que no habría una sin la otra. Este libro inspirador establece, por caso, que Hegel no habría escrito la Femenología sin Shakespeare, Cervantes y Defoe. Los medios y los límites de una y otra expresión son el estilo. Es decir, el estilo lo es todo, sostiene un maestro de lecturas, cuya prosa elegante trae, como la de Bergson, “un soplo a la vez delicioso y anticuado como de lavanda en el armario de ropa blanca“.
Steiner se detiene, asimismo, en la estética del fragmento. “Ha llamado la atención en los últimos tiempos. No solamente en la literatura. En las artes, el boceto, la maqueta, el borrador, han sido valorados por encima de la obra acabada…” En efecto, mucho de lo que es emblemático en lo moderno queda inconcluso: Proust, Musil, Schömberg, Berg, Gaudí… En filosofía, el aforismo tiene un amplio y virtuoso recorrido. Es todo Heráclito, Nietzsche y Wittgenstein. Su excelencia como escritores se halla en “la exponencial economía”. La técnica del rayo que cae. ¿No es éste otro atributo de la buena poesía?
AMBICION Y TOLERANCIA
Dos conclusiones propician los lúcidos comentarios de Steiner. El primero atañe a la estética y a la pregunta primordial de siempre: ¿Qué leer? Una respuesta posible es que los literatos más interesantes hoy en día son aquéllos que demuestran la misma ambición de los grandes pensadores: definir una visión del mundo (Weltanschauung). No sería descabellado postular, por otro lado, que los mejores novelistas son los que se valen de alguno de los dos hechos excelsos del lenguaje: la poética y la filosofía, ¿Quiere nombres, amable lector? El magnum opus de Thomas Pynchon comparte los mismos afanes enciclopédicos de un Aristóteles o de un Diderot. Los destellos de poesía pura de John Banville, -acaso el mejor estilista de la anglósfera- dejan claro el mysterium tremendum de la metáfora. Con sus epifanías semánticas, la maciza prosa de Juan Benet -y de su mejor discípulo, Javier Marías- refirman la validez de la perspicaz intuición heideggeriana del “lenguaje como casa del ser”. Y la de Wittgenstein sobre “el incomparable ser del lenguaje”.
En segundo lugar, una ética y una praxis ciudadana emergen de la profunda mirada de Steiner. Si todo, en el fondo, son palabras, ninguna proposición -por convincente que nos parezca- puede arrogarse el monopolio definitivo de la verdad. Más aun: cada acto filosófico, cada acto de pensar (con la posible excepción de las matemáticas) es irremediablemente lingüístico. ¿Dónde está la realidad en todo esto? En el Yo, la farsa suprema, diría Cioran. Entonces, el discurso político (el relato, según la áspera nomenklatura argentina) no debe tener más pretensiones que la hegemonía temporal, una precariedad que exige ser cuestionada en todo momento. Es un buen punto de partida para resistir el despotismo político o de mercado.
No obstante el carácter provisional del verbo, el Poder, -político, económico o religioso-, siempre ha considerado a las palabras peligrosas, amenazantes, sean un epigrama de Osip Mandelstam, la homilía de un sacerdote, o el comentario de un periodista opositor. Steiner, sabio humanista por excelencia, lo advierte sin tapujos: se piensa por cuenta y riesgo del sujeto que piensa. “No hay vocación más peligrosa que el ejercicio de la razón, una constante crítica, franca o disimulada de las normas dominantes“. Desde Heráclito a Liu Xiaobo, la cuestión de la intolerancia a la palabra no oficial nos acosa.
Guillermo Belcore
Este artículo ocupó una página del Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.
Calificación: Excelente
PD: Confinar el arte a normas específicas, como si de ciencias exactas se tratase, contradice mis creencias más profundas, pero me parece que Steiner está en lo cierto: sólo es magnífica la literatura donde la poética y/o la filosofía dicen presente. No se me ocurre una gran novela que no contenga alguno de estos fulgores.
2 comentarios:
Muy bueno. Diría que estos artículos son inspiradores: dan ganas de asaltar la bilioteca.
Saludos
Gracias. He cumplido mi propósito entonces, transmitir el entusiasmo por una experiencia de lectura.
G.B.
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