Benjamin Black
Alfaguara. Novela policial, 297 páginas
La venganza -el placer de los dioses, según los antiguos griegos- provoca dos muertes resonantes en la fea Dublin de mediados de los cincuenta. Fiel a su naturaleza, Garret Quirke, el as del Departamento de Patología Forense del Hospital de la Sagrada Familia, se mete hasta el cuello en la ciénaga humana de codicia y engaños. El buen doctor, un oso apacible y borrachín que resulta irresistible a las mujeres, no descansa hasta esclarecer los secretos más perversos. Hay algo podrido en la alta burguesía de Irlanda, más precisamente en el grupo empresarial Delahaye & Clancy. “Mía es la venganza, dice el Señor”, según las Sagradas Escrituras. El Altísimo tiene imitadores en esa isla civilizada y primitiva a la vez, donde los católicos temen a los curas y veneran a los protestantes.
El último volumen de la saga policial de John Banville (Benjamin Black es su seudónimo) es tan bueno como los anteriores, puede que mejor aun. Se trata de Alta Literatura incursionando en el género policial, con asombroso éxito. No sólo seduce la trama, el enigma planteado, la suave pesquisa en procura de la verdad. El libro relumbra por los recursos estéticos que el autor pone en juego. La poética, por ejemplo. ¿Cuántos escritores de fuste son capaces de describir con tanta delicadeza los matices de la luz? ¿O de elaborar metáforas sobre las personas que involucren a animales? Banville, además, es una habilísimo constructor de escenas y personajes. Vale decir, la novela comercia con la pintura, la naturaleza y el teatro.
El primer capítulo es conmovedor, acaso perfecto. El arrogante Víctor Delahaye sale a navegar con David Clancy, el hijo de su socio. Los dos solos. El velero se aleja de la costa; David se marea, odia y teme el mar. La charla es insustancial. El hombre de negocios menciona algo referido a la lealtad, evoca una historia triste de su infancia. Luego permanece en silencio largo rato, hasta que saca del arcón de madera un bulto envuelto en un trapo. Es un Webley Mark IV. Con el revolver, se pega un tiro en el corazón.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Excelente
PD: De la traducción, lo peor que puede decirse es que incurre en leísmos.
PD II: “Estúpidos y cómicos. Todos somos así“. (Banville, página 255).
2 comentarios:
Amamos a Banville!
Ojalá reciba el llamado de Estocolmo a principios de octubre. Lo merece, y los lectores que sabemos apreciarlo merecemos que se publiquen todos sus libros en el país. Creo que el Nobel generalmente convence a las editoriales. En su defecto, habrá que ahorrar para el Kindle o el pasaje a España.
Saludos!
Julieta
Deberíamos fundar un club de admiradores. Incluiría nombres tan ilustres como George Steiner, quien estableció, antes que nadie, que Banville es el mejor estilo de la literatura anglosajona. Ese club debería revisar, con implacable espíritu crítico, las traducciones. En Banville -como en Borges, Nabokov, Schowb y unos pocos más- cada palabra cuenta.
Gracias por escribir, Julieta.
G.B.
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