IV Ley de la Literatura: Los grandes escritores tienen superpoderes
Sostenía Marshall Mac Luhan que los artistas son las antenas de la especie. Captan y describen aquellos elementos trascendentes que ignoramos o que, a lo sumo, presentimos de una manera oscura y confusa. Tienen, por así decirlo, superpoderes. Son los verdaderos mutantes, el próximo escalón en la evolución, los Hombres X del universo Marvel. Haruki Murakami, por ejemplo, tiene la habilidad de trasportar al lector, en un pestañeo, del mundo real a un universo paralelo con sutiles variaciones fantásticas. En las novelas del ilustre japonés, uno nunca puede estar seguro si lo narrado se trata de sueño, realidad o delirio.
Pero el poder tremendo que hoy quisiera destacar es lo que Francisco Ayala llamaba la Odiosa Lucidez, potencia que comparten un Fogwill o un Rafael Chirbes, es decir los entomólogos implacables. Es una suerte de rayos equis que nos muestra la calavera por debajo de la carne; delatan que detrás de cada movimiento de la gente y de la sociedad hay una absurda danza de esqueletos. La Odiosa Lucidez -y parafraseo ahora a Ayala- consiste en “el poder corrosivo de una mirada que volatiza, disipa, vacía, corrompe, destruye, en fin, todos los objetos donde se posa, dejándolos reducidos a su pura apariencia irrisoria”.
Como la mirada de Scott Summer (Cíclope) sin el cuarzo rojo pero más eficaz. Todo es pura apariencia irrisoria, eso nos advierten los grandes novelistas.
G.B.
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