Bohumil Hrabal
El Aleph. 127 páginas. Cuentos. Edición 2006.
La insoportable levedad del ser comienza con una persuasiva interpretación del mito del eterno retorno. Milan Kundera entiende que Nietszche ha querido decirnos “per negatio-nem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable“.
Estupidez irreparable, aquí me quiero detener. Es lo que primero que me vino a la mente leyendo este puñado de historias defectuosas ambientadas en el llamado socialismo real que el Ejército Rojo le infligió a punta de bayoneta a la amable Checoslovaquia después de la II Guerra. Kundera añade en la primera página de su hermosa novela:
“Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses“.
Es verdad, la idea de fugacidad -incluso hoy en día- absuelve. En cambio, la pesada perspectiva nietzscheana obliga a condenar sin paliativos, por ejemplo, la encarnación del marxismo en la Historia, con su concomitante aplicación de trabajos forzados para reeducar a la burguesía. ¡Qué payasada cruel! Imagínense si estuviera sellado su regreso. “Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche
llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht)”, redondea Kundera.
Picada mi curiosidad por un libro excéntrico de Mario Bellatin (pinche aquí) y aconsejado de la conveniencia de explorar su obra por la Guía de las letras y autores contemporáneos de Oxford, llegue a Bohumil Hrabal (Brno 1914-1977), a quien la contratapa de este libro define como “el más importante escritor checo de la posguerra”. Tengo mis dudas, no obstante. Muy poco llegó de él a nuestro idioma; su obra más conocida es Trenes rigurosamente vigilados porque saltó al cine y obtuvo un Oscar. El doctor en derecho Hrabal, aunque se ganaba la vida como obrero en la siderúrgica de Kladno, comenzó a publicar después de los cincuenta y fue otra de las víctimas ilustres del estalinismo centroeuropeo.
El volumen que aquí se comenta se obtuvo en Mercado Libre (90 pesos, nuevo) y encierra siete cuentos de despareja ejecución. Dan la impresión de ser el producto malogrado de un autor que aún no encontró su mejor voz, pero que tiene el don. Queda claro, además, que Hrabal también tanteaba el terreno, en lo que a los temas se refiere. No estaba seguro de qué podía criticar y qué no del paraíso de los trabajadores. Tres años después de la publicación de este libro, los tanques rusos -esos puntuales inquisidores de heterodoxias- cortaban de cuajo la discusión artística. Era el fin de la Primavera de Praga (Hrabal fua acallado durante siete años). Puede que el valor literario de los relatos sea discutible, pero me parece indudable su importancia histórica.
Abre la recopilación un rotundo escupitajo al rostro del realismo socialista. Como su nombre lo indica, Kafkianas es homenaje al escritor canónico, tallado en clave de disparate. El hilo del sentido se nos pierde, pero se escucha una música. Vienen luego una serie de textos que narran la experiencia del autor en una empresa siderúrgica. La figura de los obreros voluntarios, de la reeducación política por medio del trabajo forzado, de las mujeres recluidas contra su voluntad resultan conmovedoras. Con torpeza, Hrabal ensaya una quimera: la poética de los hornos de fundición y de los parques de chatarra. En la página setenta, tropezamos con el título: la casa donde ya no quiere vivir es, obviamente, el régimen comunista. Aparecen esperpentos. Se satiriza a esas completas nulidades que cualquier despotismo aúpa para cubrir el cargo de, por ejemplo, Voluntario Civil para el Orden Público (jefes de manzana, los llamo el peronismo) o para escribir poemas de semejante ralea: “Olvidó la hija del minero su origen proletario y se dejó vencer por las tentaciones de Eros”.
A pesar de que el estilo del checo (o la ausencia de) me ha hecho rechinar los dientes, el balance es positivo. Escritores como éste nos ponen en guardia: esta estupidez irreparable es lo que les espera con el retorno de Marx. Tomara lleguen al castellano las mejores novelas de Bohumil Hrabal.
Guillermo Belcore
5 comentarios:
Estimado Guillermo, además de las mencionadas en la nota se encuentran editadas en castellano: "La ciudad donde el tiempo se detuvo", "Terrenos yermos" y "Una soledad demasiado ruidosa". Esta última, a juicio de quien escribe, mucho más recomendable que la que usted reseña.
Abrazo
El Subrayado es mío
Estimado Ruben:
Muchísimas gracias por los datos!!! Intentaré conseguirlos en Buenos Aires.
G.B.
Me sumo a la recomendación de Una soledad demasiado ruidosa. La vi en un par de librerías. Seré más precisa: Paidós en Av. Santa Fe y Libros del pasaje, en Palermo. Lo que sí: editada por Galaxia Gutenberg, saladita.
Justo esta es un poco floja. Mejores son "La ciudad donde el tiempo se detuvo", "Una soledad demasiado ruidosa", "Yo que serví al rey de Inglaterra".
Estimados Vero y Ericz:
No me cabe duda de que se trata de un gran escritor. Tomo nota de sus sugerencias: iré por esos títulos.
Muchas gracias por escribir
G.B.
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