Kenny sabía que había escrito una obra maestra, pero a los treinta y dos años estaba devastado. No es que odiara su trabajo de docente, pero los rigores del profesorado en una escuela católica no colmaban a un joven que se sentía predestinado a conquistar la cima del mundo. Además, vivir con sus padres se había convertido en un calvario. Y ese desgraciado del editor de Nueva York, si bien nunca rechazó de plano la novela, no daba señales de querer publicarla. ¡Y hasta puede que se la hayan plagiado! La rueda de la diosa Fortuna había colocado a Kenny en el punto más bajo de su existencia. La única salida que concibió fue una carretera solitaria en Biloxi, una manguera de goma uniendo el caño de escape con el interior de su automóvil. El motor rugió y el escritor inédito, el poeta, el caballero sureño, el hijo único, el hombre rechoncho que tanto había hecho reír a sus amigos entregó su alma. Sólo tres personas concurrieron al funeral. El manuscrito, rescatado por la mamá de Kenny, pasó por un sinnúmero de manos antes de darlo a la imprenta una editorial universitaria. Finalmente el libro vio la luz, casi dos décadas después de haber sido concluido. La diosa Fortuna lo besó en los labios. Se convirtió en un éxito inmediato y en un clásico moderno. Hoy se considera al texto como la forma más alta de comedia.
Una historia fascinante y extraordinaria es la de John Kennedy Toole (1937-1969) y su novela sublime La conjura de los necios, que ganó el Premio Pulitzer doce años después de la muerte de su autor. Narra aquella mítica travesía el ensayista Cory Maclauchlin en Una mariposa en la máquina de escribir (363 páginas). Anagrama, con tres años de retraso, trajo el ensayo al español.
Maclauchlin, un virginiano que adoptó Nueva Orleans como ciudad materna, ha intentado -según sus propias palabras- componer "un relato biográfico en el que a Toole no le hubiera costado reconocerse". Ha querido refutar hipótesis de otros trabajos anteriores. En su opinión, el escritor malogrado no se suicidó por una homosexualidad que nunca salió del armario (le parece más asexual que otra cosa) ni por su afición al alcohol. A cambio, ofrece la teoría de los trastornos mentales y el concepto del psychache (dolor psíquíco) del doctor Edwin Schneidman que describe la suma de elementos que conducen a una persona a quitarse la vida.
Hay un cuasi villano en esta trama: David Gottlieb, reputado editor estrella de Simon and Schuster en los "60, a quien se ha vilipendiado como una de las personas que le arruinó la vida a Kenny. Algunos exaltados también lo señalaron como la quintaesencia de la torre de marfil neoyorquina mucho más al servicio de la industria editorial que de los lectores y las artes.
El biógrafo no carga las tintas sobre Gottlieb, pero tiene fundadas sospechas de que uno de sus protegidos, el escritor George Deaux, robó la idea general de La conjura... para una novela de segunda categoría titulada Supergusano, publicada en 1968. Si así fuera, el tiempo hizo justicia.
Hay también una heroína imperfecta (por no decir insoportable): Thelma Ducoing Toole, la tenaz y combativa mamá de Kenny. Ella movió cielo y tierra después del suicidio para que La conjura... fuera publicada. Logró su objetivo a los setenta y nueve años de edad y se convirtió en una celebridad nacional. La cofradía de los lectores deberíamos levantarle una estatua a Doña Thelma y llevarle flores cada voz que volvemos a esa novela increíble que con una imborrable galería de personajes estrafalarios ha logrado representar todo el absurdo de la condición humana. ¿Cómo olvidar a Ignatius Really, el Don Quijote de Nueva Orleans? Al parecer, Kenny se inspiró en un profesor de inglés del Souhwestern Louisiana Institute, llamado Bobby Byrne, medievalista obeso, amante de la filosofía de Boecio y de los panchos, que se la pasaba profiriendo invectivas contra la edad moderna y tocando en su cabaña un clavicémbalo que se había hecho fabricar a medida en Inglaterra. Vaya tipo.
CRITICA DE LA BUENA
Rebosa la biografía de datos inútiles y anécdotas sosas (es que salvo el libro que estragó sus nervios y el dramático final, a Kenny le ocurrieron pocas cosas interesantes en su vida) pero se redime como ejercicio de crítica literaria. Confirma la validez de la Teoría de las influencias de Harold Bloom. Sin Evelyn Waugh no hubiera habido La conjura de los necios. John Kennedy Toole "encontró su estilo en el ingenio refinado y el humor característico de la astracanada".
La novela, por lo demás, es un producto típico de Nueva Orleans, acaso la ciudad de Estados Unidos con mayor cantidad de excéntricos por metro cuadrado. "Basta con salir a caminar para encontrar un buen muestrario de escenas trágicas de la vida cotidiana", informa Maclauchlin.
Con buen tino, el análisis no abusa del conductismo. Si bien Toole creó un reflejo de su fatherland y fue un sutil observador de la naturaleza humana, conectó también con una larga serie de predecesores literarios, desde Chaucer hasta Dickens. Al fin y al cabo, como profesor es aún recordado por su afán para transmitir la belleza de la Alta Literatura. A pesar de tan ilustres antecedentes, la novela "resulta accesible a cualquier lector que tenga sentido del humor". Es ésta una de sus glorias.
Se detiene el libro en otras creaciones de Toole. En La biblia de Neón, novelita que escribió a los dieciséis años. En sus poemas inéditos, uno de los cuales (El árbitro) inspiró el título de la biografía y se refiere al poder demoledor de los críticos; en sus exquisitas cartas, y en el perturbador relato corto sin fecha, Desencanto, que describe la escena de la muerte de un muchacho que se corta las venas. ""Es el paso hacia un mundo en el que reina la paz; desde donde su amor perdido lo llama haciendo señas"". La lectura de un par de fragmentos pone la piel de gallina.
La mirada de Maclauchlin puede sonar condescendiente o banal en gran parte del libro, pero los núcleos incandescentes de la vida de Kenny se relatan no sin ternura, incluso con fulgor poético. Además, el detallado examen de La conjura... no carece de la pasión que caracteriza a los feligreses de una iglesia satisfecha. La biografía se disfruta, en suma.
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Buena
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