Ernst Jünger
Tusquets, Memorias, 196 páginas.Dígase de entrada para que no quede alguna duda. La lectura del último volumen de las memorias de Ernst Jünger es un acto tan placentero como la de cualquiera de de los tomos anteriores. Fue redactado cuando el escritor alemán -uno de los imprescindibles del siglo XX y no sólo por el valor documental de sus obras- frisaba la centuria. Hay poquísimos casos en la Alta Literatura de una senectud tan lúcida, esmaltada con referencias clásicas y erudición sobre la Historia y sobre esas pequeñas creaturas del Señor que suelen estudiar la botánica y la zoología. El libro se disfruta.
Con una prosa clara que abomina de las muletillas (como "aproximadamente'' o "acaso'') y de los signos de exclamación porque suponen "un condimento en exceso'', Jünger ha compuesto una especie de juego de dominó. Va alineando reflexiones, microcuentos surrealistas que provienen de los sueños o no, cartas recibidas o despachadas, testimonios de su amistad con Francia, pasmo ante el esplendor de la naturaleza. Los diarios abarcan desde 1991 hasta 1996, dos años antes de que la Parca visitara al artista.
En El Escorial, donde la Universidad Complutense de Madrid le concedió el segundo doctorado honoris causa, Jünger destacó un dato sorprendente. La primera traducción de su monumental Tempestades de acero se imprimió en español, en una ciudad extraordinaria llamada Buenos Aires. Y uno de sus primeros lectores fue un jovencito apellidado Borges. Poco antes de morir, el autor de Ficciones visitó al alemán en Wilfingen. Dios, seguramente, debe haber registrado ese encuentro entre colosos. Ojalá, en un hipotético Paraíso, se nos conceda la facultad de revivir tan ilustre conversación.
Las memorias tienen un hilo conductor pero resulta un tanto hirsuto, como casi todos los conceptos que provienen de la filosofía alemana. Siguiendo a sus faros Hölderlin-Schopenhauer-Nietzsche, el literato profetiza un siglo XXI dominado por los titanes, que con los dioses se han ido alternando en la hegemonía sobre los asuntos humanos. Apolo se aleja y se lleva lo político, lo artístico, con él, se nos advierte. La Era de las Radiaciones aventaja a la Edad de Hierro. A la superación de la guerra clásica sigue la de la moral clásica. Con el triunfo de los titanes, aumentar también el peso de las masas que, por su parte, dependen de las elites frente al caos. El titán no es otro que el superhombre de cuna de bronce, para quien la racionalidad tradicional no sería más que un estorbo. El triunfo rotundo de la voluntad de poder. Impavidus, el y ella, los que no tienen miedo, y nos dominan.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
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