lunes, 19 de octubre de 2015

El lienzo

Benjamín Stein
Adriana Hidalgo. Novela, 473 páginas

Una arquitectura extraordinaria. La prosa diáfana. La belleza del judaísmo, en especial de su versión mística. La evocación, no sin denuncia, de ese absurdo país extinto al que llamaban República Democrática Alemana. La novela premiada de Benjamin Stein (Berlin oriental, 1970) conviene ser leída. Aunque también incluye levedad filosófica, digresiones no siempre interesantes y tendencia al melodrama y a la puerilidad (a lo Paul Auster en sus días malos).

Hay que destacar, en primer lugar, el artificio.
La obra, que data en 2010, ofrece dos entradas y varios recorridos de lectura. Puede comenzar usted en el sendero de Jan Wechsler o bien dar vuelta el libro y arrancar en el de Amnon Zichroni. Los senderos se unen en la mitad del tomo (doscientos y pico de paginas cada uno); comparten un glosario. Puede leerse una parte de corrido y después la otra; o un capítulo de Wechsler y luego saltar a Zichroni; o dos y uno; o dos y dos; en fin, las combinaciones son múltiples. Es interesante reflexionar sobre cómo afecta a nuestra capacidad cognoscitiva el camino elegido. Jueguitos narrativos inspirados en los franceses, aunque el truco del perspectivismo en que se basa todo el andamiaje lo había hecho célebre Wilkie Collins en el siglo XIX.

En efecto, desde el punto de vista de dos personajes la trama examina un mismo acontecimiento: la publicación de unas memorias apócrifas del Holocausto. Un luthier suizo apellidado Minsky se convierte en estrella mundial tras haber dado a la imprenta el relato de su supuesto calvario durante niño en el ghetto de Riga y en los campos de exterminio. Lo opinión pública lo amó, hasta que se descubrió que todo era un invento. Entonces, los mismos que lo elogiaban lo crucificaron. Jan Wechsler se llama el escritor (amnésico) que desbarató la mascarada; Amon Zichroni, el terapeuta con superpoderes (!?) que había animado a Minsky a recuperar los supuestos recuerdos infantiles (le costó muy caro al doc el consejo). Wechsler y Zichroni se encuentran por casualidad en el Estado de Israel.

Dos ideas primordiales, como si de pilares de roca se tratase, sostienen tan ingenioso entramado. La primera es que somos lo que recordamos. Nada más que eso. La segunda, tiene ecos de Nietzsche: verdad es lo que nos conviene (la mentira puede tener un propósito noble, o el asunto de la verdad se mide en otras balanzas: sentido vs. vacío existencial, por ejemplo). Con todo derecho se podría afirmar que lo mejor del libro son los contenidos autobiográficos que Stein va incluyendo con habilidad de prestidigitador. Vale decir, los que atañen a sus padecimientos juveniles durante el marxismo cuartelero o la gloriosa reivindicación, ya de adulto, de las diversas formas de ser judío.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

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