Editorial Alfaguara. Cuentos, 166 páginas, edición 2007.
En un prefacio escrito hace una década, Abelardo Castillo (1935-2017) estableció lo siguiente: “Algo esencialmente argentino exige ser expresado en cuento, el género más estricto y lacónico; género
que cuando se lo mira de cerca, aparece muy emparentado con otras dos
de nuestras formas expresivas esenciales: la mejor poesía del tango y el teatro breve, en cuyos orígenes están el sainete y el grotesco”.
La sentencia proviene de quien, acaso, puede definirse como el último gran cuentista nacional. Esta antología, avara en páginas, es una aproximación perfecta para conocerlo.
Castillo, quintaesencia del espíritu de los
sesenta, ha cultivado la novela, el teatro, el ensayo y la polémica,
pero conviene buscarlo en el relato breve. Algunos de sus textos son ya
considerados clásicos del género. Es el caso de La madre de Ernesto, Hernán, El marica o El candelabro de plata.
Los cuatro están incluidos en este volumen, en los cuatro hay cosas que
causan repulsión, canalladas brutales, lamparones de crueldad,
poderosos que nacieron para dañar a otros.
La reescritura de autores canónicos -tan descarada como eficaz- es otro rasgo que define a Castillo. Triste le ville narra en borgeano tardío la pesadilla de un fulano que sin querer se mete en la muerte de otro. Historia para un tal Gaido
también toma de las solapas a Borges, pero su delicioso y sorprendente
final puede que sea cortazariano. Se percibe, asimismo, un regusto a
Poe, Arlt, Walsh, Jack London y Quiroga, como sabiamente observa el
prólogo y el análisis final de la obra.
La recopilación incluye en total trece
cuentos. Resulta casi impúdico elogiarlos como la mayoría de ellos
merece. Agreguemos como referencia que ante gemas como El asesino intachable uno no puede hacer otra cosa que abandonarse al puro goce de la lectura.
Guillermo Belcore
Guillermo Belcore
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