Por John Banville
Alfaguara. Novela policial, 304 páginas. Edición 2017
El retiro de Quirke en el desierto ha terminado. El patólogo vuelve al trabajo, atraído por el asesinato de un funcionario prometedor. Lo que queda del cadáver de Sam Corless, el hijo del veterano luchador trotskista, había sido encontrado en un auto carbonizado que se estrelló contra un árbol en Phoenix Park. Un golpe en el cráneo, justo sobre la oreja izquierda, delata el homicidio. Mataron al chico y simularon un accidente. Quirke, ese oso bueno aficionado a los alcoholes y atormentado por el pasado, sale en busca de los culpables. Su verdadero oficio es la curiosidad y la resolución de entuertos. Sir Galahad contra los dragones. Su escudero es el buen inspector Hackett. Estamos a fines de los cincuenta, en Dublin, ciudad mezquina y mendaz, un pueblo grande donde todos se conocen.
La séptima entrega de los casos del forense Quirke posiblemente no sea la mejor. Tampoco, la peor. John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) ha forjado, de cualquier manera, otra sublime pieza de estilo, no sin fulgor poético como sus hermanas mayores. Se ha dicho que Banville -Benjamin Black es el seudónimo que eligió para probar suerte en la novela negra- es la mejor pluma de la anglósfera. Acuña párrafos perfectos y frases reveladoras con una ductilidad asombrosa. Los retratos son magníficos; el manejo de la escena, formidable. La prosa es un objeto precioso, un reloj suizo, una escultura de cristal, una daga de empuñadura enjoyada, algo frío y bello en todo caso. Sí, es muy probable que Banville sea el mejor estilista del idioma inglés. ¿Cómo decirlo sin ofender? Sólo los esnob y los críticos con una sensibilidad defectuosa no alcanzan a apreciarlo.
En Las sombras de Quirke el doctor se enamora de una psicóloga y lucha para superar el torpor que le provoca una mente con demasiados agujeros. Se queda observando su vaso de whisky con el aspecto de un hombre al borde de un acantilado que intenta calcular cuán larga será la caída. Además de resolver el crimen, ayuda a su hija Phoebe a salvar a una muchacha que ofendió las creencias tradicionales de una nación tenaz pero controlada por la Iglesia Católica (las casas son transparentes, por así decirlo) y sus representantes, como los caballeros de Saint Patrick. Son un hatajo de hipócritas que creen que tienen instrucciones directas del santo Dios. La Irlanda de seis décadas atrás parece una de esas distopías grises y sin escapatorias que los literatos de ciencia ficción suelen pergeñar.
El thriller no da nada por supuesto. Es decir, no hace falta leer las seis entregas anteriores para entender a Quirke. Pero, naturalmente, la constancia ayuda. Y gratifica. La irrupción de Banville en el género policial es una de las maravillas de nuestro tiempo.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno
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