domingo, 20 de agosto de 2017

La máscara del mando

POR GUILLERMO BELCORE

Por alguna oscura razón, muchas personas incapaces de empuñar un arma y que vemos la guerra como una práctica infame, consideramos, en cambio, a la historia militar, como una lectura fascinante. Máxime cuando el narrador es una reconocida autoridad en la materia que demuestra que una sólida erudición no necesariamente está reñida con la elegancia en la expresión y el pormenor sabroso. El inglés John Keegan (1934-2012) reúne -sobradamente- esas tres condiciones.

La solapa del ensayo nos recuerda que el autor es un Tucídides contemporáneo: escribió una veintena de libros, entre ellos dos historias fundamentales de las guerras mundiales del siglo XX. Fue profesor en la famosa academia militar de Sandhurst. También impartió clases en Harvard, Oxford y Cambridge, entre otros centros de excelencia. Este blog ha prestado testimonio sobre la valía de dos de sus obras: Secesión e Historia de la Guerra (pinche aquí y aquí).

El sello Turner ha reimpreso, por fortuna, otro ensayo magistral de Keegan: La máscara del mando (438 páginas), un estudio cautivante, del primero al último párrafo, sobre la transformación de la conducción militar a lo largo de dos milenios de historia occidental. Un intento formidable, a través del tiempo y del espacio, de penetrar en las peculiaridades del liderazgo.

El historiador abordó así el problema de la técnica y la filosofía del mando en cuatro sociedades distintas:
  • El ethos heroico y hegeliano (narcisista, en última instancia) del mundo de Alejandro.
  • La creación de una clase militar encarnado por la sociedad que tenía al duque de Wellington (el antihéroe) como modelo.
  • El mando no heroico de Ulises Simpson Grant, demócrata y populista de los pies a la cabeza, el primer general “moderno“.
  • El falso heroísmo: Hitler como extravagante jefe supremo obsesionado por restaurar la grandeza de Alemania.

Uno de los interrogantes fundamentales que el libro encara es dónde debe colocarse el jefe militar en el momento del combate. ¿En la primera línea? ¿Siempre? ¿Debe ser Hércules, el que resuelve en los trabajos? ¿Qué ha significado ser un héroe a lo largo de la historia? En las conclusiones, se añade un punteo que agradecerá todo aquella persona a la que la vida la haya situado al frente de un grupo de personas: describe los cinco imperativos del arte de mandar, que son afinidad, prescripción, sanción, ejemplo y acción.

Hay que destacar una cualidad de Keegan, tiene una mente extraordinariamente incisiva en el juicio estratégico y en su comprensión de la naturaleza de la guerra, que mucho ha tenido de “religiosa“ incluso en los tiempos modernos para desgracia de los pueblos. El ensayista demuestra habilidad, además, para resumir acontecimientos e integrarlos -sin forzar el relato- en la narración general. No obstante, puede que su virtud más preciosa sea la capacidad de hacer docencia. El ensayo resulta esclarecedor; instruye al lego. Acaso no exista algo intelectualmente más placentero que aprehender lo complejo. Debo confesar que hasta ahora nunca había entendido del todo cómo Alejandro consiguió todo lo que consiguió . También desconocía que la mayor parte de las obsesiones políticas y militares del cabo Hitler provenían de sus experiencias como mensajero en las mortíferas trincheras de Flandes entre 1914 y 1918. Las páginas sobre la I y la II Guerra Mundial, en verdad, son magníficas.

Algo hay que decir sobre la ideología del autor. Es un aristotélico. Lo bien que hace Keegan al desdeñar el materialismo histórico y otras ficciones basadas en las leyes de hierro de la causalidad: considera un disparate pensar que las cualidades del  individuo no tienen ninguna incidencia en el curso del mundo. La superioridad del liderazgo -insiste- es el factor clave de la guerra. Y la cultura ha sido “un elemento determinante en la configuración de un estilo de mando”. Asimismo, el historiador inglés puede ser considerado un macluhiano, por cuanto atribuye al cambio tecnológico un papel decisivo en la marcha de los acontecimientos. Verbigracia: llega a decir que “el Renacimiento y la Reforma resultan inconcebibles sin la pólvora”.

El libro nos pasea de la mano por Gaugamela, Waterloo, Vicksburg, Stalingrado y otros campos de batalla que además de atrapar poderosamente nuestra imaginación, hielan la sangre. Pero no se agota allí, también es una suerte de resumen fascinante de la evolución de la humanidad. De ahí su grandeza. Un viaje espeluznante, ¿pero qué otra cosa es la historia militar?

Calificación: Excelente

PD: La traducción de José Antonio Montano incurre dos veces en el anacronismo. Nos dice que Alejandro cazaba “pumas” allí donde los encontraba y que eligió “un maizal tupido” para desembarcar en un punto de los Balcanes. Como el lector de este blog sabe, el puma y el maíz son originarios de América.

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