domingo, 10 de septiembre de 2017

Un vaquero corrupto en Ciudad Gótica

“Ultimamente, cualquier policía lleva una diana en la espalda. Corren tiempos difíciles…”
D.W.

POR GUILLERMO BELCORE

En una sociedad gobernada por mafias, donde todo el mundo tiene un precio, ¿puede prosperar una conciencia integra? ¿Por qué sólo pueden enriquecerse los hampones, los traficantes de drogas, los políticos, los tiburones y mojarritas de Wall Street? ¿Por qué un servidor de la ley, que arriesga el pellejo cada turno, no tiene lo suficiente para enviar a sus hijos a una buena universidad? Una profunda reflexión ética da esplendor al último libro de Don Winslow (Nueva York, 1953) en torno a una cuestión urgente: qué significa ser corrupto en el turbocapitalismo del siglo XXI.

Uno esta tentado a concluir -a principios de septiembre- que Corrupción policial (RBA, 574 páginas) será la novela policial del año. Veremos. Sea como sea, se puede afirmar que estamos ante una de las novelas, a secas, más cautivantes que ha engendrado en 2017 la literatura estadounidense, la más dinámica del globo. Sumamente ambiciosa, con escenas en los bajos fondos que cortan el aliento, personajes memorables de carne y hueso, una trama desaforada pero bien construida (el núcleo incandescente se plantea al principio y reaparece en la mitad del libro) y una colosal cantidad de información. Se trata de uno de esos libros dickensianos que, basados en una minuciosa investigación, aspiran a revelarle al lector como-funcionan-realmente-las-cosas. El gran tema figura en el título de la edición en español: la deshonestidad de la policía de Nueva York, un ejército tribal de casi 40 mil hombres que después de Sérpico, Giuliani, el 11-S y un sonoro escándalo cada veinte años, vuelve una y otra vez a las andadas. La mirada de Winslow es benévola. Todos somos pecadores.


EN LA SELVA


El protagonista se llama Danny Malone. Lidera de facto una unidad especial contra el crimen en Manhattan Norte, cuya función básica es, por así decirlo, paisajista: ""Nuestro trabajo es impedir que la jungla vuelva a crecer. La antigua selva urbana que era el norte de Manhattan ha sido podada por completo para hacer hueco a un Jardín del Edén cultivado y comercial. Pero todavía quedan restos de la jungla: las viviendas sociales. Nuestra labor consiste en impedir que la jungla devore el Paraíso"", explica este irlandés envilecido, con el alma cansada. El sargento Malone ha visto de todo. Es un cruzado contra el maltrato infantil pero hace tratos con la mafia italiana, roba a los malvados, presta servicios sucios al poderoso, se ha convertido en un aficionado al psicofármaco.

El otro gran personaje es la propia ciudad de Nueva York. Una Babilonia pecaminosa, fascinante y que ha perdido la razón, pero con una dulce y fétida riqueza: "En una misma calle oyes cinco idiomas diferentes, hueles seis culturas, escuchas siete tipos de música, ves centenares de tipos de personas y conoces mil historias. Nueva York es el mundo". Se la ama "como un marido a una mujer infiel, como un padre a un hijo descarriado".

En esa Ciudad Gótica, desquiciada por la tensión racial y una epidemia de heroína (el único problema, al parecer, es que cada día hay más adictos de raza blanca), los guardianes -fiscales y policías- no pueden jugar limpio. Esta es la moraleja primordial de la novela. La segunda, ya la mencionamos: todos somos corruptos, cada uno a su manera. La tercera conclusión, tiene que ver con que las armas y la droga son el quid de la criminalidad de Estados Unidos. ¿No autoriza este hecho a probar otros remedios?


MACHO ALFA


La trama comienza con Danny Malone, el macho alfa de una elite de guerreros, en la cárcel y la ignominia. Retrocedemos la cinta y lo vemos en acción, en tratos con un soplón que se ha ganado el mote de Culo apestoso, matones todo músculo y maldad, abogados y colegas depravados, prostitutas de tres mil dólares la noche, un periodista mentiroso de The New York Times (¿Dijimos que el texto está muy bien documentado?). Organiza el sargento el asalto al bunker de un capo de las drogas de República Dominicana, pero termina mal. Nuestro héroe se despeña. Los cimientos de su deleznable reino son arrasados.

Termina enfrentado con todo el mundo: delincuentes, fiscales, agentes del FBI y de la Oficina de Asuntos Internos, sus propio compañeros, la esposa. La ética del cowboy seduce a Winslow, a tenor de sus mejores libros. El lobo solitario -con un personalísimo código moral- es la respuesta a la podredumbre generalizada. Al fin y al cabo, existen muchos tipos de justicia en una época en la que hasta los códigos de honor de la Mafia siciliana se han ido por el desagüe de la postmodernidad. Hay que destacar que Corrupción policial es una novela antisistema.

La prosa, que es clarísima, pinta un cuadro realista, pero en clave del realismo sórdido. La verdad hiede, es nauseabunda. El narrador (en tercera persona) se superpone perfectamente con la voz del protagonista, es decir habla un tipo tan duro como cínico. Winslow ha logrado el tono exacto de la novela negra, ese género más bien conservador en el que los lugares comunes siempre lucen bien. No faltan las réplicas filosas como el sable de un samurai. El escritor abusa, no obstante, de un procedimiento desagradable: el goteo de frases. La traducción peninsular inflige al lector hispanoamericano todos los vocablos espantosos del calé madrileño. Definitivamente, es preferible "cafishio" (o incluso "chulo") que "macarra".

Es muy probable que después de El poder del perro, grandiosa descripción de los carteles de la droga mexicanos (pinche acá), esta sea la mejor obra de Winslow. Por cierto, la ha dedicado a los agentes de la ley y el orden asesinados en acto de servicio durante los cinco años de trabajo esforzado que le llevó concluirla. Esta muy bien. La cultura dominante en Occidente -hegemonizada por un izquierdismo infantil que admira al criminal- nunca le dedica ni siquiera una oración a los que se juegan la vida para que la jungla no nos devore.

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