Por Bernard MinierSalamandra. 476 páginas. Novela policial
Noche pertenece a una defectuosa estirpe que podría definirse con un anatema: literatura de supermercado. Carece de densidades temáticas, filosóficas o estilísticas pero se vende muy bien porque -precisamente- hay una enorme porción del público que desea consumir libros sin densidades temáticas, filosóficas o estilísticas. Es un artefacto que permite ganar dinero de manera legítima (lo que está muy bien), máxime cuando, como en este caso, se traduce a varios idiomas y el bestseller seduce a un productor televisivo y así muta en miniserie, la joya de nuestro tiempo. Arte -¿hace falta decirlo?- es otra cosa.
La solapa de la tapa nos informa que Bernard Minier (Beziers, 1960) fue aduanero y estudiante de medicina antes de dedicarse de lleno a la literatura. Noche es su quinto libro desde 2011 (Bajo el hielo es la que ha saltado a la televisión). Prolonga la saga del comandante Marín Servaz, el as de la Policía Judicial de Toulouse. Nuestro héroe enfrenta ahora un doble desafío.
Primero, el reto de Florian Jensen, un pervertido que casi mata al detective con un balazo al corazón. En segundo lugar, reapareció en Noruega su archienemigo, Julián Hirtmann, ex fiscal de Ginebra, devenido en asesino en serie de alcance continental. Se trata, por así decirlo, de una versión tardía y degradada del juego del gato y el ratón entre Sherlock Holmes y Moriarty.
Incluye la trama la suficiente cantidad de giros inesperados como para que resulte interesante, hasta cierto punto. Vamos de aquí para allá. El problema con el libro es la forma. La prosa es tan plana que no sería exagerado compararla con el electroencefalograma de un muerto.
Demuestra Minier aquí un nulo dominio de la metáfora. Las observaciones son superficiales. Difícilmente pueda narrarse un acto sexual -ese misterio del universo- de manera más sosa como la que se expone en la página ciento setenta y dos. Con la información se suscita otro asunto desagradable. Alguien debe haberle dicho al autor que un thriller de estas características "siempre tiene que enseñarle algo al lector". Como consecuencia, los personajes se lanzan a soltar parrafadas con datos como si estuviesen leyendo la Wikipedia.
Amable lector, recuerde está máxima: Los libros buenos tienen una gran función social, impiden que perdamos el tiempo con libros malos.
Guillermo Belcore
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