"Bajo la calma aparente, detrás de una fachada de sonrisas y grandes discursos de optimismo, fuerzas subterráneas, oscuras, trabajaban de continuo, fomentando proyectos de violencia y destrucción que se manifestaban en períodos sucesivos, como las ráfagas de viento: 1965, 1972, 1988. Un espectro lúgubre se cuela con regularidad para recordarle a todos que la paz no es más que un corto intervalo entre dos guerras", escribió un hijo de la región, el artista Gaël Faye (Bujumbura, 1982) en un libro estremecedor, que acaba de llegar a la Argentina.
Pequeño país (Salamandra, 219 páginas) fue publicado en París hace dos años. Evoca la guerra civil en Burundi y el genocidio en Ruanda durante la década del noventa. Es decir, la muerte de más de un millón de personas por bala o arma blanca, no por causa de discrepancias territoriales, idiomáticas o religiosas, sino por "el tamaño de la nariz".
Se trata de una novela de aprendizaje. En la capital burundesa, el narrador va descubriendo de la peor manera posible la realidad profunda de su diminuto país: la grieta demencial entre dos etnias enfrentadas desde el siglo XII de nuestra era (naturalmente, el colonialismo europeo agravó las cosas).
"Descubrí la infranqueable línea de demarcación que obligaba a cada cual a estar en un bando u otro. Uno cargaba con ese bando desde que nacía, igual que recibe un nombre, y eso lo perseguía para siempre. Hutu o tutsi. Se era una cosa u otra. Cara o cruz", se describe en la página ciento treinta y tres.
Hijo de un francesito del Jura que hizo fortuna en Africa y una bella muchacha tutsi nacida en Ruanda, el protagonista decide volver a Bujumbura. Su padre consiguió enviarlo a Francia para salvarle la vida. Antes del retorno, divaga sobre el "principio del fin de la felicidad". Su paraíso personal -hecho de ausencia de sobresaltos económicos e intensas aventuras con los amigotes del callejón- voló en pedazos a la salida de la pubertad. La llegada de la democracia en Burundi degeneró en violencia política.
Y sobre llovido, empapado. Los tres meses de masacres en Ruanda convirtieron en el peor de los infiernos a la región. Si duda, esos cien días (abril a junio de 1994) se cuentan entre los más aberrantes de la historia de la humanidad.
Faye nos coloca pues en primera fila ante el espectáculo del odio. Uno no puede dejar de preguntarse hoy en día: cómo fue posible aquella carnicería sistemática y metódica en la región más densamente poblada del Africa (es muy probable que aún hoy seamos siervos de las siniestras fuerzas de la demografía). Como sea, asombra la eficacia de los políticos extremistas hutus que exterminaron en un suspiro y en la era de la televisión a casi el 80% de la población tutsi de Ruanda.
Dos datos escalofriantes: del plan de ajuste estructural del FMI y el Banco Mundial desviaron fondos para que cada familia hutu tuviera un machete afilado en casa. Y la radio cumplió un papel crucial en el embrutecimiento de la población. Después del contagioso ritmo de la canción de Papa Wemba, siempre había una referencia a "las cucarachas tutsis" (las inyenzy), cuya hora de morir había llegado. Sólo se puede comparar con demonios nazis a los dirigentes y milicianos del Interahamwe.
MUSICA Y ECONOMIA
Algo hay que decir del autor. Gaël Faye, también de madre ruandesa y padre francés, obtuvo un master en Finanzas, pero dejó su bien pagado empleo en un banco de inversión en Londres para dedicarse a la música en Francia: el rap y el hip-hop son lo suyo. Pequeño país es su primera novela (por encargo de la editora independiente Catherine Nabokov). Asegura que no se trata de su propia historia. Antes de ser tapa, páginas y contratapa fue canción: https://www.youtube.com/watch?v=XTF2pwr8lYk.
La novela fue compuesta en el estilo pueril que tanto daño está causando en la literatura europea (sobre todo en Italia y Francia). Esta saturada de color local -mucha flora, fauna y costumbres exóticas-; folclorismo al gusto del decadente consumidor blanco. Esa superficialidad estilística contrasta con la densidad de la historia y del tema esencial. Hay muchas imágenes poderosas, turbadoras. Pequeño país no es un gran libro; pero es un libro francamente conmovedor, capaz de romper la costra de hielo que a todos se nos ha formado alrededor del corazón (recuérdese lo que decía Kafka al respecto). Y cuando decimos conmovedor, nos referimos a esa tristeza que te arranca lágrimas. El final es, en verdad, uno de los más impresionantes que he leído.
Guillermo Belcore
No hay comentarios:
Publicar un comentario