"El fútbol sirve para que la gente esté unida"
Philip Kerr
Hay un lado del fútbol que es más oscuro y filoso que cuchillo de obsidiana. Es el inframundo de las apuestas. Hoy en día la gente apuesta por cualquier cosa que pueda ocurrir en un partido, no sólo sobre el resultado final. Algo que sucederá en el transcurso de los primeros diez minutos, el minuto en que se lanzará el primer tiro de esquina, quién marcará el primer gol, el primer jugador al que sustituirán, lo que sea. Como los que tientan a la Fortuna no son sólo los pobres diablos, sino que suele haber cifras importantes en juego, se abre la puerta de par en par a la corrupción. Y al crimen.
Esta situación fue aprovechada por el escritor Philip Kerr (Edimburgo 1956-2018) para componer en 2015 la segunda novela de la saga Scott Mason. Segunda y penúltima. Un cáncer mató a Kerr en marzo pasado. Qué pena. La mano de Dios (RBA, 414 páginas) demuestra que estaba en la plenitud de sus facultades intelectuales, es decir, tenía el don de concebir historias seductoras y muy bien documentadas. Todos los hombres mueren jóvenes, decía con razón Stevenson. El prolífico Kerr, por otro lado, había atesorado prestigio y fortuna con otra de sus creaturas, el detective privado Bernie Gunther, un alma decente en el infernal Tercer Reich.
Aclárese de entrada que La mano de Dios nada tiene que ver con el gol deshonesto de Diego Maradona en 1986. El libro consta de dos partes: la didáctica y el caso policial propiamente dicho. Kerr se esfuerza para enseñarle algo al lector de a pie sobre la Premier League y la Copa de Campeones de la UEFA. Se detiene en la prostitución VIP (dos mil euros la noche), el manejo del vestuario, las academias africanas, el mercado de pases, el modelo alemán, las supersticiones, la rivalidad entre el Olympiakos y el Panathinaikos, la táctica darwinista (cebarse con el jugador más débil), que al parecer es la que aplicaron contra Lionel Messi en el Mundial de Rusia.
VIEJO TRUCO
En lo que atañe al argumento policial, viajamos con el London City a Atenas para enfrentar al Olympiakos. Delante de treinta mil energúmenos, cae fulminado una de las estrellas del conjunto inglés, el ruso Bekin Develi. Horas antes se había descubierto el cadáver de la meretriz rusa que lo divirtió la noche anterior al partido. La policía local (y una cadena de huelgas de servidores públicos) impide salir del Atica al plantel visitante. Scott Mason -entrenador del City medio negro con algo de alemán y escocés en las venas- decide investigar por su cuenta, para acelerar un poco las cosas y porque le ha tomado el gusto a eso de actuar como detective privado. Develará una podredumbre más pesada para el ánimo que ese gol tonto que te condena al descenso.
Hay que reconocer que el señor Kerr usaba con elegancia el viejo truco de mezclar personajes de la vida real con los inventados. Por ahí hace un fugaz aparición nuestro Chori Domínguez, goleador del equipo del Pireo. El London City -como el lector entendido sabe- no existe, pero se imagina con el poder y los recursos de los cuatro grandes de la Premier (Arsenal, Chelsea y los dos Manchester). Es propiedad y juguete favorito de un oligarca ucraniano con negocios por doce mil millones de libras. Naturalmente, la relación con el entrenador es tensa, pues Mason es un hombre con escrúpulos.
Otro mérito de la escritura es que ha alcanzado el tono exacto de la novela negra, ese notorio brevaje que incluye ironía, sarcasmos, réplicas agudas (aunque los diálogos no son gran cosa) e hipérboles de este tipo: "tenía una nariz en la que podrías amarrar un barco". Sigue haciendo discípulos el maestro Chandler.
Hay que decir que el hecho de que Kerr incurriera permanentemente en cursilerías jugó en contra de la excelencia del libro. Pero se toleran. Más difícil de soportar para un lector ríoplatense es la fea traducción española, con su desagradable caló.
En relación a la corrección política, hay que agradecer que el autor no la haya extendido a las relaciones internacionales, lo que hubiera confinado la trama al último infierno de la estupidez. Con los rusos -se nos advierte- "cualquier cosa es posible". Los griegos, por su parte, reciben una merecida tunda. Como los argentinos, han vivido mucho tiempo por encima de sus posibilidades y culpan a los extranjeros por su venalidad e incompetencia. Abundan, al igual que aquí los holgazanes. El telón de fondo de la novela es el Año Siete de la Gran Recesión: la sociedad helena está en carne viva y todo el mundo tiene un código de barras en el pescuezo.
EL PAPEL DEL DT
De todos los tópicos que aborda Kerr, el papel del director técnico en el ultracompetitivo deporte rey es acaso el más cautivante. Preguntad a Jorge Sampaoli lo que significa "intentar controlar a un grupo de jóvenes con una cuenta bancaria tan grande como su ego y su líbido".
Hay una tensión vibrante entre Scott Mason y un joven centrodelantero traído desde Nigeria, un cabeza fresca con un Pagani Zonda en la cochera (la novela obra también como catálogo de marcas).
Mason reflexiona: "Para ser un buen entrenador hay que ser un poco detective, tener la capacidad de mirar a una persona y ser capaz de leer en ella como si fuera un libro abierto para descifrar quién es de verdad y no quien quiere parecer que es". El de investigador de almas no es el único rol que se le demanda al DT: debe ser padre, sacerdote, consejero económico y de normas de urbanidad, psicólogo, analista de videos, etc. ¿El objetivo final? "De eso va ser entrenador de fútbol, de conseguir que los jugadores se sientan tan bien consigo mismos como para que sean capaces de dar todo el fútbol que llevan dentro". Ningún DT argentino lo ha consiguido con el crack del Barcelona. Qué lastima.
Dice Kerr que "los entrenadores son todos iguales, acosados por pensamientos de cómo podrían haber sido las cosas". En las largas noches de julio, Sampaoli debe estar cavilando qué hubiera ocurrido si Messi convertía el penal con Islandia.
Guillermo Belcore
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