miércoles, 13 de noviembre de 2019

La muerte nómada

El saber popular repite un cliché: si escupes una semilla en la Pampa Húmeda inexorablemente crecerá un árbol. Es nuestro don del Cielo. Aunque puede que también sea una forma de maldición (hizo a muchos criollos indolentes).
Algo parecido puede decirse de la remota Mongolia. Allí donde usted excave encontrará oro, carbón, uranio, minerales raros, cobre, etc. Es también bendición y gualicho. Con sólo 3,5 millones de habitantes, una clase política corrompida y un pueblo desmoralizado como todos los que perdieron un Imperio, Mongolia es un bocadillo apetitoso para sus colosos vecinos (China y Rusia), así como para las multinacionales.
Ese Gran Juego en Asia Central de la realpolitik y la codicia empresaria agitan el último tomo de la saga Yeruldelgger, sin duda el mejor de los tres. Dígase al principiar y justifíquese después: La muerte nómada (Salamandra, 395 páginas) es una buena novela policial, a pesar de sus defectos de ejecución.
Su autor Ian Manook (Meidon, 1949) empezó tarde en la literatura (a los 65 años) y a instancias de una hija, según ha explicado. Abogado, periodista especializado en turismo, se enamoró de las infinitas estepas y del desierto de Gobi ("una inmensidad tan hermosa que enardece los corazones"), y escribió una trilogía protagonizada por el comisario Yeruldelgger Khaltar Guichyguinnkken, el as de la Brigada Criminal de Ulan Bator.
La crítica francesa ubicó tan noble empresa en el estante del policial étnico. Manook -seudónimo de Patrick Manoukian- recibió varios premios en su patria.
¿Escribe bien? Tiene los defectos del improvisador; se demora en detalles nimios que aburren; quiere decirlo todo. Lo mejor que puede decirse de su prosa es que es competente. Carece Manook de talento para la poética y, como dijimos en otra oportunidad (1), tres harpías desgarran la trama. Se llaman truculencia, cursilería y pintoresquismo.
Borges notaba que en el Corán no hay camellos. Una sutil forma de repudiar el folclorismo programático. Un licenciado de la Sorbona escribiendo sobre una civilización milenaria incurre en el vicio. Yeruldelgger está a punto de morir y su creador lo obliga a recitar el fragmento de una guía de turismo que describe a los burgueses europeos las arenas cantoras del Gobi, con sus tenues diferencias musicales de las dunas de Marruecos y Omán.
A pesar de sus ripios, el libro es en un noventa por ciento entretenido. Si el autor es un fiasco con el pincel de marta, el trazo grueso lo ejecuta bien. Pasan muchas cosas interesantes en la La muerte nómada. 

RETIRO ESPIRITUAL

Retirado en una yurta en el desierto para hallar la paz y la armonía, el ex comisario ve interrumpida su casta reclusión por el empeño de dos mujeres. Una amazona madura le pide ayuda al Pequeño Gran Hombre para encontrar a una hija desaparecida. Horas después, otra mujer a caballo -una joven- le suplica que castigue a los asesinos de su amante, un geólogo francés. Que no, que sí, que por qué no me dejan tranquilo, hasta que empiezan a aparecer cadáveres.
Cuatro hombres han sido ejecutados con el suplicio que Gengis Khan reservaba a los traidores. A esos desdichados los obligaban a tumbarse de espaldas sobre la estepa, los ataban uno al lado del otro y los tapaban con una alfombra gruesa. Y luego el conquistador lanzaba sobre sus cuerpos a sus guerreros a todo galope. Un tumen entero, una unidad del ejército de diez mil caballos. Una y otra vez. Ese era el castigo, ser machacados vivos sufriendo diez mil fracturas antes de morir, pues los jinetes evitaban pisarles la cabeza para alargar el tormento.
Las extrañas muertes ocurren en territorios que explota una poderosa compañía australiana. La Colorado mueve sus tentáculos para que las autoridades mongolas dictaminen que en realidad se ha tratado de un accidente. Así se lo hace saber, con amenazas, a la forense Solongo -novia de Yeruldelgger- la villana de este libro, Chagdarsuren Diugderdemidiin Bilegt, alias Madame Sue, una lobbista despiadada que ostenta "caprichos de millonaria china" y usa el sexo como un arma más.
Así la trama, se despliega en dos prolíficas direcciones. Los asesinatos cometidos de manera ritual nos conducen a una célula de terrorismo ultranacionalista que trata de inflamar a los abatidos mongoles con crímenes rutilantes. El lobby minero implica, como dijimos, los intereses de las grandes potencias que se disputan el derecho a ordeñar Mongolia como haría un viejo campesino rapaz con sus animales. Viajamos a Perth, Nueva York, Quebec y los jardines de Matignon. Por esas cosas de la manipulación política, el bueno de Yeruldelgger se convierte, muy a su pesar, en el Delgger Kahn, el líder improvisado de la resistencia nacional.

LITERATURA Y MENSAJE

No esconde Manook sus propósitos edificantes. Es una literatura con mensaje, ese colmo de horrores, según Oscar Wilde. En primer plano, ubica la denuncia del pillaje que sufre un pueblo y su cultura en manos de "conquistadores invisibles" (los halcones del capitalismo global). Se alza contra la destrucción de "mil años de tradiciones y sabiduría nómada". Una vez más, el mito del buen salvaje.
A tono con la época, reivindica añosas costumbres ecológicas de la atormentada estepa. Expone una hermosa costumbre mongola: el río no se ensucia, nada se tira en él. Si vas a bañarte o lavar la loza, saca el agua con una jarra. Entierra las porquerías. Ya limpio, podrás entrar a las aguas heladas que bajan del Altai. Dice que Gengis Khan ejecutó a generales sólo por orinar en el torrente.
Hay otra curiosidad que atañe a nuestro país. Leemos en la página cincuenta y dos: "...exagerando el gesto como jugador argentino de polo..." 
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno

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