El asesino en su salsa
Por Pino Imperatore
Novela policial. Edhasa. 310 páginas
Es comprensible. El signore Pino Imperatore (Milán, 1941) ha querido subirse al carro de la victoria que conducía (suenen las trompetas) don Andrea Camilleri, creador de la saga del comisario Montalbano y el escritor italiano más leído de este siglo (murió en 2019). Pero las diferencias de calidad son notorias; los literatos no deberían ir en la misma cuadriga. Lo que en el novelista siciliano y comunista era gravedad, principios morales y racionalismo; en el texto de Imperatore es ligereza, didactismo muy elemental y una veta cómica similar a la de Darío Vittori.
El asesino en su salsa es la primera novela policial de Imperatore, quien hasta 2018 se había destacado como periodista, dramaturgo y humorista en Nápoles, la ciudad de sus padres y la que adoptó en su corazón. Su salto al género policial es muy reciente, pues. En una de las solapas se dice que "la consagración le llegó por las novelas protagonizadas por el inspector Gianni Scapece", pero hay que tomar con pinzas la información que suministra el sello editorial.
En la reseña de la contratapa se afirma que "Nápoles se ve sacudida por el siniestro asesinato de un niño" (parece que se limitaron a copiar y pegar el artículo de la Wikipedia). Ojo, este crimen nunca ocurre en el libro. En realidad, Scapece investiga el homicidio de un hombre joven descarriado, que vivía de rentas, malgastando el dinero a diestra y siniestra para correr detrás del alcohol, las mujeres y las drogas. Se llamaba Amadeo Caruso, hijo de un magnate inmobiliario. Lo encontró la policía desnudo en su departamento, cuchillo en la espalda, genitales inmersos en ajo y aceite, ají picante en el culo.
La trama se desarrolla en dos direcciones: el misterio policial y un costumbrismo que pretende ser jocoso pero sólo lo consigue en contadas excepciones. Como en el caso de Camilleri, también se deja constancia de la pasión gastronómica y sexual de la Italia meridional.
Para sacar a la araña de su agujero, el detective Scapece cuenta con la ayuda de la buena gente de la trattoria Parthenope, que se van robando la escena. Se engarzan tópicos y personajes estrafalarios que disipan el módico suspenso policial. Como en Dragón Rojo de Thomas Harris, el criminal es un chiflado cuyas maldades se inspiran en un cuadro: Il diavolo di Mergellina, compuesto en 1542 por Leonardo Grazia, mejor conocido por Leonardo da Pistoia, a pedido de un obispo que deseaba deshacer con la pintura un hechizo de amor.
Puede decirse que el autor no demuestra talento para el retrato y la descripción. Escribe como si viviera en el siglo XIX. Todo es concreto y realista, a lo sumo pintoresco. No hay densidades estilísticas. La prosa es sencillísima, lo cual no siempre es un defecto. ("Las cosas más entradoras, son las que el pueblo compriende", estableció el poeta Larralde). El encanto de Imperatori, cuando aparece, es plebeyo:
"...el inspector clavó la mirada en Fabozzi como una mujer mira al marido al haberlo sorprendido haciendo pis fuera del inodoro..."
El espléndido final ocurre durante las últimas horas de la Nochebuena. Hace olvidar, de alguna manera, el tedio de las páginas anteriores. Scapece confronta al asesino, a esa altura serial, en la bodega de Parthenope, mientras escaleras arriba el restaurante bulle de felicidad.
Añade Imperatore un postfacio en el que agradece, entre otros, al equipo de edición y al coach de la Editorial Planeta, explica lo mucho que se concentra para escribir, y declara su amor por los lectores. ¡Ah, los italianos!
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Regular
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