domingo, 24 de febrero de 2013

Mientras los mortales duermen

Kurt Vonnegut


Sexto piso. Edición 2011. Cuentos, 255 páginas


Estados Unidos, tierra de libertad y de adoración insensata al dinero, ha creado una nueva especie humana: el hombre unidireccional. Sólo apropiada para trepar, la nueva raza brillante y lustrosa cree que la vida no vale la pena si no consiste en lograr que la familia sea más y más y más rica. Se preguntará usted qué ocurre cuando retornan las vacas flacas y el hombre unidireccional descubre que su patrimonio está bajando. Ocurre una epidemia de suicidios de hombre casados con más de un hijo, con el propósito de hacer efectivo el pago de una póliza de seguros de vida que asegure el futuro de la prole. Epizootia, la práctica epidémica de suicidarse para crear riqueza.

El creador de tan espléndido argumento no es otro que Kurt Vonnegut (1922-2007), uno de los excéntricos más fascinantes de la anglósfera. Escribió catorce novelas, después de haber sido sometido a una de las experiencias más desquiciantes que se pueda imaginar: en la Segunda Guerra Mundial cayó prisionero de los nazis y fue obligado a presenciar los terribles e imperdonables bombardeos aliados a la ciudad de Dresde (300.000 muertos, cuanto menos). De aquel trauma, surgió su obra más popular: Matadero Cinco. El exquisito sello Sextopiso (no es la primera vez que me sorprende) se las ha arreglado para recopilar dieciséis cuentos inéditos de Vonnegut. El volumen es muy recomendable, incluso por sus defectos.

Mientras los mortales duermen parece ser, al arrancar, la obra de un escritor bisoño. Vonnegut, que por alguna razón nunca quiso publicarlo en vida, estaba tanteando en busca de su mejor voz. Después, el estilo se asienta. Son cuentos desparejos en su técnica narrativa (los sucesos resultan, por lo general, interesantes) que suelen tener incrustado un mensaje explícito, lo que siempre -como se sabe- roe la eficacia estética. Pero también es un libro encantador y gracioso, deliciosamente satírico, con personajes soñadores y héroes enfermizos a los que la realidad no le alcanza. Como bonus track el libro viene adornado con dibujos sencillos realizados por el propio autor.

El gran Vonnegut inventa a un científico genial que se enamora de un robot (Jenny). Besos a cien dólares es un drama laboral que se desata por la afición de un oficinistas a las revistas para adultos y que tiene la virtud de dejar al lector meditabundo. Guardian de la persona, es uno de los mejores relatos pues carece de moraleja. Esboza a un personaje memorable, el tío Charley, un aristócrata de la vida caído en desgracia. Debe afrontar, a punto de recaer en el alcoholismo, que el sobrino desamorado que ha criado junto a su esposa muerta se independice. “Hoy, mis fracasos no me van a asaltar en manada, farfullando y graznando”, hermosa frase del tío Charley junto a un bourbon con hielo.

 Que Vonnegut haya preferido ocultar a los ojos del público los hermosos cuentos de hadas Mientras los mortales duermen y Fuera, vela efímera da que pensar. En el primero, el ímpetu grosero de un gánster para ganar un concurso de Navidad es derrotado por la piedad sencilla, una forma de resistencia popular ante los dólares brutos. En el segundo, un sepulturero deforme hace soñar, vía epistolar, a mujeres solas, abandonadas, de Norteamérica. Las historias conmueven; la crítica social al alma filistea de la sociedad, esclarece. He encontrado en el cuento que da título al libro un carácter entrañable. Fred Hackleman, director de un periódico, soltero, cínico, un genio de la prensa, absolutamente consagrado a su trabajo, tiránico en pos de una noticia. Conocí a personajes así cuando comencé a trabajar en un diario a mediados de los ochenta (recuerdo que a un genial jefe de redacción la policía en una ocasión lo confundió con un mendigo, nunca le prestaba atención a su vestimenta). Me temo que periodistas de esa estirpe ya no existen.

Por principio, detesto que se hurgue en los cajones del escritorio de un muerto. La industria editorial debería respetar lo que un artista pudoroso ha preferido ocultar en vida. Con Kafka, empero, puede hacerse una excepción. Con Vonnegut, también.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hablar de pudor en estos tiempos es risible y anacrónico, sobre todo cuando los escribidores redactan cualquier pavada y se apresuran a publicarla; y cuando los herederos de autores más o menos importantes venden inéditos (¡a veces hasta diarios llenos de confesiones!) a universidades norteamericanas por pagos suculentos. Poco se respeta al muerto. Poco se valora el silencio.