Si Marshall MacLuhan tenía razón y los artistas son “las antenas de nuestra especie”, uno debería concluir que fue Lee Harvey Oswald quien le voló la tapa de los sesos a JFK. Así lo han concluido en sus respectivas novelas tres de los mejores escritores que Estados Unidos dio al mundo: Stephen King, Don Delillo (con matices) y Norman Mailer. Es propósito de este artículo sugerir la ingesta de 22/11/63 de King (Plaza & Janes, 859 páginas), Libra de Delillo (Ediciones B, 397 páginas) y Oswald. Un misterio americano de Mailer (Emece, 900 páginas).
El año pasado, Stephen King imaginaba que Jack Epping, íntegro profesor de Lengua en un secundario de Lisbon Fall (Maine, por supuesto), viajaba al pasado mediante una fisura temporal para impedir el asesinato de Kennedy. Mejor hubiera sido que se quedara en casa. El resultado de su hazaña fueron convulsiones históricas e incluso, cataclismos naturales. Pero no es el punto. Más allá de la extraordinaria fantasía, el literato se sintió obligado a añadir un epílogo que respalda las aburridas conclusiones de la Comisión Warren.
En la página 855, el rey del terror estadounidense escribió: “… después de leer una pila de libros y artículos sobre el tema casi tan alta como yo, la situaría en un noventa y ocho por ciento (la posibilidad de que Oswald fuera el único tirador), quizá incluso en un noventa y nueve. Porque todas las crónicas, incluso las escritas por los teóricos de la conspiración, cuentan la misma historia americana básica: he aquí a un peligroso canijo sediento de fama que se encontró en el lugar adecuado para tener suerte. ¿Qué había muy pocas probabilidades de que pasara tal como sucedió? Sí. También las hay de ganar la lotería, pero alguien la gana todos los días”.
En 1995, Mailer arribó en su mamotreto de no ficción a una idéntica conclusión. Dice que comenzó la minuciosa biografía creyendo que Oswald era la víctima de una gran conjura, pero al final llegó a convencerse -a regañadientes- que ese confuso mequetrefe de veinticuatro años apretó el gatillo por razones de megalomanía. Incluso demuestra que la teoría de la bala mágica es posible, aunque su índice de probabilidad es de uno a quinientos.
¡Qué enormidad! Un don nadie vagamente marxista, maltratador de mujeres, abusado psicológicamente por su madre, desesperado por hacerse notar fue capaz de cambiar en seis segundos el curso de la Historia. Le bastó con apretar el gatillo tres veces desde el quinto piso de un almacén de libros en un soleado mediodía de noviembre. La razón se resiste a aceptar algo tan simple, mucho menos el orgullo nacional. Es el fin del sueño americano; nadie está a salvo del loco solitario. Por eso, proliferan las teorías conspirativas que, por así decirlo, tienden a restaurar la armonía del cosmos, disipando el absurdo. Son como los hongos después de un día de lluvia. Aprovechan el terreno nutricio. Es decir, el misterio persistente se aprovecha del pánico del ciudadano común al zarpazo de un insignificante enemigo interior. La conclusión es de Mailer.
Delillo publicó Libra en 1988, a sólo veinticinco años del magnicidio. Aun hoy se considera la novela como una obra maestra, aunque su lectura no es fácil. En una nota al final, el escritor advierte que sólo aspira a “llenar alguno de los vacíos de la versión conocida”. Así, cultiva la línea del complot pero desde una perspectiva fresca: no estuvieron detrás del ataque poderosas instituciones ni Lyndon Jonhson, sino tres agentes renegados de la CIA (“la iglesia mejor organizada del mundo”) que soñaban desatar una invasión a Cuba con toda la regla. Tenían la sangre en el ojo desde Bahía de los Cochinos. En rigor, los anticastristas pensaban en un primer momento fraguar un intento de atentado y que la opinión pública vinculara al francotirador con La Habana, pero el asunto crece, se les escapa de las manos, impone su propia lógica. Lee Harvey Oswald, un chico pobre y confundido, fácil de manipular como todos los idealistas, dispara contra el presidente de la nación más poderosa del planeta. ¿Fue el único tirador? La polémica, al parecer, no morirá en el siglo XXI.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en la sección Internacionales del diario La Prensa.
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