Sofía Fedórchenko
Hermida Editores. 127 páginas
Este libro fascinante es el reverso exacto de las obras de Ernst Jünger sobre la Primera Guerra Mundial (muy celebradas en este blog, por cierto). En lugar del regocijo por matar, de cierta poética de las trincheras, el lector encontrará aquí dolor, angustia, pánico y desidia. La guerra es al mundo lo que un borracho furibundo a la casa, todo lo devasta, reflexiona uno de los tantos campesinos que el Imperio Zarista movilizó en 2014 “para que el pueblo entendiera que no vale nada y no anduviera reclamando tonterías”.
¡Por fin llegó a la Argentina! Se trata de un relato breve pero con una riqueza inaudita en su carácter coral, como destaca Elías Canetti en una nota introductoria. Sofía Fedórchenko, una mujer culta educada en París, recopiló comentarios, opiniones, anécdotas, lamentos de la soldadesca en el hospital. Los heridos no se percataban de que la enfermera tomaba notas. Los testimonios son estremecedores, tienen el sabor amargo de lo vivido. Y, al mismo tiempo, una gran valor literario. Cada entrada -estenograma, los llama la autora- es un bosquejo de un cuento o un microcuento en sí mismo. Nuestra imaginación llena los huecos. Basta una sola frase para llevarnos a ese escenario de pesadilla que fue el frente oriental entre 1914 y 1917. Oímos frases tremendas: "Los austriacos habían matado a su hermano delante de el". O bien: "Si hubieras mirado a los ojos de un moribundo, verías esos ojos por la noche".
El material se organiza por temas. El capítulo III (Cómo eran los jefes) demuestra porqué triunfó la revolución bolchevique. El descontento social era intenso durante el zarismo. Los reyezuelos de pocilga (oficiales y suboficiales) trataban peor que a perros a la masa de campesinos. El capítulo V (Cómo llevaban las enfermedades y heridas) es uno de los manifiestos pacifistas más convincentes que se han escrito en el siglo XX. “El dolor físico llega al límite mismo, un poco más y las fuerzas humanas no alcanzan para asimilarlo. Sólo nos salvamos gracias al desmayo", musita un pobre diablo.
Canetti y Thomas Mann creían que este libro (primera parte de una trilogía) conforman la imagen más fiel de la Gran Guerra. No se ahorran atrocidades, no se oculta la voz ruda, simplona, incluso antisemita de la Rusia profunda. Una obra memorable, para quien le interese el tema y su estómago no flaquee.
Verás que el hambre es el mejor maestro, te enseña cosas. Conocerás a un soldado que le roba el pan a un niño que duerme al costado del camino. Y a otro que estrangula a un alemán enorme para quedarse con su cafetera humeante. Odiarás a esos tres oficiales que abusan hasta la medianoche de la lavandera del Estado Mayor y le contagian enfermedades. Mientras tanto, Mishka y Osthaskov desobedecen las ordenes y se llevan al gaznate una botella verde que encontraron en el suelo mientras marchaban a la batalla: cayeron redondos, muertos.
Guillermo Belcore
Una versión algo más breve (el espacio es un tirano en los diarios) se publicó hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
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