Novela, Alfaguara, 453 páginas.
Aun para los parámetros de América latina, la tierra más desigual y violenta del mundo, la historia de Colombia del siglo XX resulta escalofriante. Como escribió, Juan Gabriel Vásquez (Bogotá 1973), es “un pozo maloliente”-, “un lugar de sombras del cual saltan criaturas horribles no bien nos descuidamos” (sacerdotes incluso). La guerra civil ha diezmado a “un país enfermo de odio“ con “elites despiadadas“. El exterminio de líderes notables y bienintencionados ha sido una constante. Con admirable fervor cívico y una ambición artística que merece aplausos, la novela más reciente de Vázquez reconstruye dos crímenes trascendentes: el del general Rafael Uribe Uribe (¡el inspirador del coronel Aureliano Buendía!) en 1914; y el del carismático dirigente Jorge Eliécer Gaitán en 1948, ambos del Partido Liberal.
La arquitectura es ingeniosa. El narrador -el propio Vásquez- inventa o rescata a un apasionado militante de las teorías conspirativas que une los dos atentados. Un tal Carlos Carballo los conecta, incluso, con los disparos que reventaron el cráneo de JFK una mañana aciaga de 1963. Hay un patrón (¿modus operandi?) que llama la atención: los procesos judiciales determinaron que en los tres casos actuaron uno o dos asesinos solitarios, pero conforman legión quienes creen que fueron el fruto de una conspiración de vastas proporciones. Los autores intelectuales siguen en las sombras. Las casualidades, y las balas mágicas, no existen. Vázquez se propuso romper la camisa de fuerza de la versión oficial para sacar a la luz a los mandantes colombianos. La labor más noble que puede llevar a cabo una persona -se nos dice- es desbaratar una mentira del tamaño del mundo.
Las influencias literarias de Vázquez son transparentes como las mañanas en Uspallata; da la impresión de que aún no ha conseguido definir una voz característica. De Mario Vargas Llosa ha tomado la noción de que la novela debe ser un gran instrumento de especulación histórica. Como Sebald, practica una ficción híbrida que ubica a la memoria como eje de la trama. En el tono y en ciertas expresiones, se nota que la prosa tiene algo de Gabriel García Márquez, pero por fortuna no condesciende al realismo mágico y permanece en el lecho de la novelística urbana estrictamente realista.
Debió ser ésta una obra sublime pero la falta de digresiones magníficas, el nulo talento para la metáfora y el símil, la incorporación de personajes ñoños (el cirujano Benavides) rebaja la dolorosa reconstrucción. Aunque se lee fácil, es uno de esos mamotretos en los que el lector no siente un gramo de culpa por saltarse páginas enteras. Lo mejor de todo aparece al final: el asesinato de Gaitán, el crimen político más importante de la historia colombiana, anima un capítulo memorable pero breve por demás.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
Calificación: Regular
1 comentario:
Alina Suplicante: este de 1999 no está mal, supongo que un poco más corrido del mainstream.
Publicar un comentario