Las casi mil páginas de ‘4321’ fueron compuestas en clave tolstoiana, pero con singular arquitectura. Descomunal fresco de la cultura, la política, los deportes y las costumbres de los años cincuenta y sesenta, la decimoséptima novela del narrador estadounidense sorprendió a la crítica. Un mismo protagonista en cuatro universos paralelos.
Por Guillermo Belcore
Asoma la clave en la página treinta y nueve. Se reproduce una lista de clásicos que la estirada Mildred recomienda a su hermana Rose. Madame Bovary, David Copperfield, Luz de agosto, Middlemarch y muchos más. "De todos los autores que descubrió durante su confinamiento, fue Tolstoi el que más le agradó, el colosal Tolstoi que entendía la vida toda, pensaba Rose".
He aquí, justamente, el modelo artístico que inspira el libro más reciente y ambicioso de Paul Auster que acaba de llegar a la Argentina, unos meses después de ser publicado en Nueva York. Una lograda novela oceánica, tolstoiana, que intenta encerrar y entender la vida toda, y que -como corresponde- vincula la existencia individual con el devenir de una gran nación. A los setenta años, el literato estadounidense encontró en su alma la fuerza, la inspiración y el talento para redondear, por fin, su obra maestra, aunque de no fácil lectura. Si la posteridad lo juzga por 4321 (Seix Barral, 957 páginas) llegará a la conclusión de que Auster fue uno de los grandes literatos de su tiempo. Como Tolstoi.
La publicación de 4321 puede encuadrarse en una tendencia estupenda que ha ganado terreno en la literatura estadounidense de este siglo, tanto por razones de estilo como comerciales (un bestseller tiene que ser "una maratoniana orgía lectora"): los literatos consagrados y las nuevas estrellas vuelven la vista hacia el siglo XIX; Dickens y el forjador de Guerra y paz están de nuevo en boga. Irving, Franzen, Proulx, Ford e incluso Thomas Pynchon, el más brillante de la clase, encarnan esa apuesta. Auster se suma a la corriente con un lujoso trasatlántico. Faltan dos meses para que concluya 2017: este blog arriesga la hipótesis de que se trata de la Novela del Año.
EL BUEN ARCHIE
El mamotreto pues se consagra a narrar la niñez y juventud de Archibald Isaac Ferguson, nacido en Newark en 1947, tercera generación de judíos norteamericanos. La primera impresión es que se trata de una novela de inmigración a lo Isaac Bashevis Singer o Henry Roth, pero esperen un momento... hay algo extraño en la trama. Borges aparece en escena. ¡Es el jardín de los senderos que se bifurcan! Conocemos cuatro Ferguson en realidad, cada uno vive en un universo diferente, a partir de confactuales, que no conviene revelar para no estropear la agradable sorpresa. Los capítulos se reparten en cuatro grupos: 1.1, 1.2, 1.3, 1.4; 2.1, 2.2, 2.3, 2.4; 3.1., 3.2, etc. Digamos sólo, a modo de ejemplo, que si en una de las líneas del tiempo, Archie es propenso a los accidentes y no le sobra el dinero; en la otra su padre, Stanley Ferguson, se convierte en el rey de los electrodomésticos de las periferia de New Jersey.
El juego de los mundos paralelos demanda una lectura concienzuda, pues los personajes van interpretando papeles con ligeras o profundas diferencias en distintos escenarios. El novelón, si bien se atiene al orden cronológico desde la concepción hasta los veintipocos años de Archie, encierra en realidad cuatro novelas cortas. ¿Existe aquí la posibilidad de dos formas de lectura como las que propone Julio Cortázar en Rayuela? Resulta seductora la idea. Por un lado, la convencional. Por el otro, agotar cada una de las líneas del tiempo (1.1, 2.1, 3.1, 4.1, 5.1, etc) antes de pasar a la otra.
Por cierto, la singular arquitectura narrativa obliga a meditar sobre un interrogante filosófico: ¿somos el mero producto de nuestras circunstancias, una mera hoja a merced de las tormentas, o hay un yo irreductible, un núcleo individual recalcitrante inmune a las presiones del entorno, la famosa mónada de Leibniz, como sugiere el propio Auster? Planteado de una forma más moderna, ¿contexto o genes están en el timón de la personalidad? Fascinante, ¿verdad? "Somos fuerzas", la gran máxima nietzscheana podría ser la clave de lo humano.
UN CATALOGO
Si todas las novelas son, a su manera, autobiográficas, a 4321 se le ven las costuras. Además de colosal fresco de la cultura, el deporte, la política y las costumbres de los años cincuenta y sesenta en Nueva York y sus aledaños neojerseítas, el libro conforma una suerte de catálogo obeso de las obsesiones y preferencias que ha venido infligiendo Paul Auster a sus lectores en los últimos treinta y cinco años, desde Laurel y Hardy hasta el béisbol, "el juego más tonto jamás inventado", según la precisa definición de Anne-Marie Dumartin, noviecita fugaz de Archie Primero. Los que atañen al béisbol y al básquet son, quizás, los momentos aburridos que toda novela oceánica contiene.
Del estilo hay que destacar dos cosas. En primer lugar, la eficaz combinación entre ligereza y densidad. En segundo término, la destreza de Auster para la frase larga, aquéllas con varias subordinadas, retorcidas serpientes que van desplegándose primorosamente hasta ocupar un párrafo entero ("Se siente su belleza como se siente la fiebre o un puñetazo en la barbilla"). Muchas, en efecto, rozan la perfección.
"En los anales de los logros humanos nada supera al placer de escribir una buena frase, en especial si empieza siendo mala y va mejorando gradualmente a medida que la escribe cuatro veces", declara un alter ego de Auster.
El novelón relumbra además por su profundidad psicológica en el gran escenario de la lucha por la vida. El acabado de los personajes es magistral, con decenas de caracteres muy interesantes, como el de Amy Schneiderman, el gran amor de los diferentes Archies, nieta de un antiguo jefe de Rose Ferguson, la mamá de nuestro héroe. Aquí y allá, aparecen indagaciones teológicas, existenciales, literarias, y también pinceladas de erotismo de alto octanaje (el despertar sexual es uno de los grandes temas, entre otras formas de aprendizaje), erotismo gay sobre todo. ¿Dijimos que se trata de una novela hedonista?
Así las cosas, el texto es memorable por su dimensión pantagruélica (decenas de miles de palabras), por su andamiaje original y formidable con un mismo ser humano en cuatro universos paralelos y por su filosofía de andar por casa. La intención de Paul Auster, queda en evidencia, fue forjar un clásico, una obra que va a quedar, en clave realista pero innovadora.
"Combinar lo extraño con lo familiar... observar el mundo tan detenidamente como el más entregado realista y sin embargo crear la forma de ver la realidad a través de un prisma diferente, ligeramente deformante, porque leer libros sólo centrados en lo familiar inevitablemente muestra cosas que ya conoces y leer libros únicamente centrados en lo extraño muestra cosas que no quieres conocer", se explica el literato en la página quinientos nueve.
Establece, además, una verdad diamantina: "Leer novelas es uno de los placeres fundamentales que la vida ofrece". Lo sentimos por los pobres diablos que tienen que escribirlas.
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
1 comentario:
Tengo apuntada esta novela y después de leer la reseña, más ganas de leerla me han dado. La verdad es que me inspira mucha curiosidad su estructura a cuatro tiempos, espero poder retener las variantes de la historia! Excelente reseña.
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