martes, 7 de julio de 2020

Secretos oficiales

A comienzos de 2003, Estados Unidos necesitaba del taparrabos de  Naciones Unidas para justificar la invasión a Irak. La administración Bush aseguraba al mundo que Saddam Hussein era una amenaza a la paz mundial por haber acumulado armas de destrucción masiva (una rotunda mentira, se probaría después). El Consejo de Seguridad de la ONU era remiso, por eso la National Security Agency (también conocida como NSA) encargó a su contraparte británica que la ayudara a espiar a los diplomáticos extranjeros en procura de trapitos sucios que permitiera a los halcones de Washington extorsionar a chilenos, búlgaros y cameruneses, entre otros, para conseguir la ansiada resolución exculpatoria.

El escandaloso memorándum cae en manos de Katherine Gun, traductora del Government Communications Headquarters (GCHQ) en Yorkshire. Indignada, lo filtra al diario The Observer. Quiere detener la inminente guerra, mayoritariamente impopular en el Reino Unido. Tony Blair había elegido secundar la aventura deshonesta de George Bush por atendibles razones de Estado (ya volveremos sobre el punto). 

Como era de esperar, la administración laborista le declara la guerra a Katherine, que había terminando confesado su traición a uno de los bulldogs del servicio de inteligencia. Todo el peso del Estado se abate entonces sobre una muchacha idealista, cuya defensa asume la OnG Liberty. Basan los funcionarios su ofensiva legal en el Acta de Secretos Oficiales, ley mordaza que data la época de Margaret Thatcher, cuando un valiente reveló los pormenores del ataque inescrupuloso de la Royal Navy a nuestro Crucero General Belgrano.

Tan fascinante caso es evocado por un filme que Amazon Prime ofrece a sus suscriptores. Secretos de Estado, dirigida por el sudafricano Gavin Hood, tuvo su estreno mundial en el Festival de Cine de Sundance, en enero de 2019. Se basa en el libro The Spy Who Tried to Stop a War de Marcia y Thomas Mitchell.

El thriller de espionaje está magníficamente actuado. Keira Christina Knightley (Piratas del Caribe) nos emociona en su papel de Katherine Guy. El acoso del Estado llega al punto, incluso, de intentar deportar a su esposo kurdo. Le hicieron pasar a la chica un año de pesadilla. También descuellan actores experimentados como Matt Smith (The Crown), Ralph Fiennes (El paciente inglés) y Matthew Goode (Watchman).

El gran crítico literario Ignacio Echavarría sostiene que cuando el artista habla de política en su obra, el comentarista tiene la obligación de decir algo sobre política. El film, tan interesante, me suscita pues dos reflexiones.

En primer lugar, Secretos de Estado permite extraer inferencias valiosas para nuestra oscura actualidad. Katherine encarna ese misterio del universo: una conciencia libre que dice al poder político ”no, eso esta mal”, aun cuando pone en riesgo su bienestar, e incluso su vida. Hoy, cuando el Poder Ejecutivo nos exige la delación y la obediencia ciega con discutibles premisas científicas, los librepensadores resultan más admirables (y necesarios).

En segundo lugar, lo que la película no plantea son las razones de Tony Blair para obrar como perrito faldero de George Bush. Hay que recordar que la alianza diplomática más duradera y exitosa de los tiempos modernos ha sido la que edificaron Estados Unidos y el Reino Unido desde el Tratado de Gante en 1814. Eso permitió la supervivencia de la democracia en las islas británicas en los momentos más oscuros y la victoria en las Malvinas en 1982, entre mil beneficios para la menguante Pérfida Albión. Resguardar la cohesión angloamericana al precio de perpetrar crímenes de guerra y llevar la muerte y la destrucción a miles de familias iraquíes fue la decisión que tomó hace diecisiete años el carismático líder laborista. ¿Fue una decisión inmoral? Por supuesto. ¿Fue un apuesta lógica? También. Se llama realpolitik.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena


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