viernes, 5 de marzo de 2010

Ni una palabra

Harlan Coben
RBA. Novela negra, 415 páginas.

¿Qué cualidades incluye la buena novela policial? Veamos. El suspenso y la acción deben estar muy bien administrados; es imprescindible que algún personaje (el detective o un villano) atrape nuestra imaginación; la urdimbre tiene que ser verosímil y tiene que situarnos cara a cara ante la muerte y ante elementos oscuros de la condición humana como la maldad o la perversión. Es menester también un punto de crítica social. Al fin y al cabo, los artistas son -como decía McLuhan- las antenas de nuestra especie. El género exige, finalmente, que no haya espacios muertos; es decir, que el libro nos aferre de las solapas y nos obligue a mirarlo a los ojos hasta la última página. En lo que al estilo se refiere, el policial estadounidense demanda diálogos punzantes y el uso del símil como un estilete bien afilado.

Todas estas virtudes desfilan muy orondas en la antepenúltima novela de Harlan Coben (Newark 1962), el primer escritor en obtener los tres galardones más importantes de la novela negra. Es una obra adictiva, hay que hacer esfuerzos titánicos para soltarla. La vertiginosa trama desarrolla dos relatos paralelos. Por un lado, se narran los frenéticos esfuerzos de Mike y Tia Bayes para rescatar a un hijo adolescente de las fauces de una nueva variante del tráfico de drogas. Por el otro, seguimos a un psicópata espeluznante, capaz de convertir literalmente en papilla el rostro de una mujer. ¿Hace falta añadir que las historias terminan convergiendo?

La crítica ha establecido que John Cheever fue el insuperable Catón de los prósperos suburbios estadounidenses. Sin la poética de aquél, Harlan Coben también despelleja ese mundo de vanas apariencias, brutal egoísmo y fugaz seguridad. Más aun, va al hueso de las angustias cotidianas de cualquier familia burguesa con hijos adolescentes de cualquier país del mundo. Como está el mundo hoy, ¿tienen derecho nuestros chicos a una vida secreta?
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: RBA se está convirtiendo en uno de mis sellos favoritos. Está trayendo a la Argentina libros formidables (¡hurra, me acaban de entregar en el diario para comentar otra obra de Alice Munro!). Pero algunas traducciones me provocan dolor de panza.

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