miércoles, 23 de mayo de 2012

Grossman en Nucha Palermo

Diario de un lector apasionado XXV

Ciudad de Buenos Aires, Armenia 1540 Sábado. 11.00


A mi querido amigo Alejandro no le agrada innovar. Con buen tino sostiene que sólo las cosas importantes deben perturbarnos el corazón, uno no debe resignarse a quedar a merced de un mozo descuidado, una mesera incompetente o un comerciante miserable. Lo mejor es apostar a lo seguro. Por eso, el café lo ingiere siempre en Las Violetas o el Florida Garden, la pizza la demanda en Tuñín y el asado de tira en Los Mirasoles. Por desgracia, yo carezco de tan útil sentido común. Me hace feliz experimentar con bares y restaurantes, incluso con aquel piringundín de mala comida y buena bebida que parece dejado de la mano de Dios. Pata de perro, diría mi madre. En esta luminosa mañana de sábado, el vagabundeo me trajo a Palermo Viejo, barrio careta si los hay. Estoy desayunando en Nucha.

Se me había antojado degustar algunos de esos dulces despampanantes que se exhiben, lúbricos, en el centro del salón. Como Oscar Wilde, puedo resistir cualquier cosa menos una tentación. La última vez que estuve aquí fue un domingo a la tarde, ¡y había que hacer cola hasta que se desocupara una mesa! Me fui irritado. Si de algo estoy seguro es que los lugares atestado de gente (ruidosos como un avispero enloquecido) son los menos propicios para abandonarse al goce de la lectura. Hoy, loados sean los dioses, los parroquianos son pocos: parejas, casi todas con su diario La Nación y algunas pibes con pinta de extranjeros aporreando una notebook.

Encargo un café con leche con una tarta Filadelfia. Recubre el queso una espectacular mermelada de frambuesas, con pepitas y todo. Está muy bien, aunque no parece del día. El café, me temo, es demasiado chirle para mi paladar, le falta cuerpo. Viene con un vasito de jugo y un bombón. Cuarenta y un pesos marca la cuenta (¡18 pesos un café con leche!). No sé si es caro. En un país de inflación galopante, cuyo gobierno hace esfuerzos titánicos no para combartirla sino para ocultar la existencia de la maldita segunda fábrica de pobres que se conoce (la primera es la desocupación), uno nunca puede estar seguro de lo que le cobran es razonable.

Estoy sentado en una suerte de banco de plaza que si bien permite descansar a placer la espalda, más pronto que tarde descubro que a mi bunda no le cae muy simpático que digamos. Después de leer unas cuarenta páginas ya no sé como acomodarme. ¡Qué demonios! La lectura es, no obstante, un placer intenso. Leo, por primera vez y absolutamente cautivado, al israelí David Grossman (foto). En mi carácter de experimentado catador, puedo decir con certeza, incluso con apenas tres cuartas partes de un libro de Grossman en el garguero, que se trata de un escritor de primera. Con poquita cosa (los celos alocados de un físico en la mediana edad) ha construido una novela fascinante que contiene fino erotismo, profundidad psicológica y ricas inferencias culturales y nacionales. Las Sagradas Escrituras tampoco están ausentes en una trama que puede describirse como el mero escrutinio neurótico de una sospecha infundada.

Pocas cosas, lo juro, me provocan más satisfacción intelectual que tropezar con un autor magnífico. Esta clase de descubrimiento es una promesa de lecturas deleitosas, de un futuro feliz. Grossman, por ende, es otro nombre que este blog habrá de perseguir. Seguiremos sus huellas en el marasmo de la industria editorial. En rigor ya me lo habían mentado; incluso, ahora que lo recuerdo, he leído que estuvo en la última Feria del Libro. El tipo tiene su reputación. Dice la solapa: “Hombre de gran talla intelectual y moral, figura destacada en la lista de candidatos al Premio Nobel, Grossman forma parte del comité que debate la posibilidad de entendimiento entre el pueblo israelí y el palestino, y ni siquiera la muerte de su hijo en combate le ha hecho desistir de su misión”. Permítaseme añadir que la calidad estética del libro es pareja a la grandeza moral del autor.
 

Delirio (Lumen, edición 2012) es, sin duda, una de las mejores interpretaciones que he leído sobre el fenómeno de los celos, esa “ulcera del alma”, como la llama Grossman. En unos días subiré la reseña. Mientras tanto, quiero compartir unas líneas, lígeramente modificadas, con aquellas personas que disfrutan de los consejillos existenciales. Fueron extraídas de una novela que me alegró la mañana sabatina:


“…que nada te importe lo que piensen ni lo que digan de ti. Que en eso estribe tu fuerza… en eso consiste la sana paz interior, la plenitud bien formada…”   

Guillermo Belcore

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Guille;
Todavía logras en mí unas buenas carcajas,solo de imaginar que pequeñas cosas logran tirar vocé do sério u quício.
Por lo menos as sobremasas parecían muy apetecibles.Ya que tanto te gusta pasear Por los tradicionales cafés de la capital te doy unas dicas sobre todo conociendo su débilidad por la cozina francesa:Croqué De Madame sucursal Museo de Arte Decorativo,Torcuato y Regina Plaza San Martin.
En estos encontrarás cosas deliciosas
Á bientót!!!

Anónimo dijo...

Estimado amigo. Gracias x nombrarme en tanto detalle. Es verdad. Para mi, sobre gastronomia no hay espacio para el descuido.
Creo que lo mejor es ir a lo mas que seguro. Espero que ud sepa disculpar esa falta de interes x lo desconocido....

Debe ser por mi condicion de hijo unico malcriado....

Lamento no haber colocado los acentos...pero escribo desde una ipad. Sepa disculpar esa falta de ortografia involuntaria. Es aca muy temprano en stgo de Chile....y ya estoy trabajando....viendo otro dia de caidas en los mercados.
Puede ud creer que el euro ya vale 1.2439 contra el dolar?. Esto es el inicio de tantas penurias....que mejor no le cuento. Hasta la proxima.

Ale.

Anónimo dijo...

Buenos días,Guille!
Desejo-lhe feliz día del periodista!,esta carrera que hoy es tomada con tanta leviandad.cualquera hoy juzga ser lo,pero los buenos mismo siempre están bien encubiertos bajo su modestia como vos.
A bientót!